El
murmullo de la rodada de los coches se escucha en el silencio de la sala. Por
el sonido Mercedes sabe que está lloviendo. También lo sabe porque el cielo se
ha puesto gris y los cristales de la ventana se han llenado de gotas que se deslizan
despacio hasta llegar al alfeizar y desaparecer.
Con
la cabeza inclinada hacia delante, Irene, su nieta, se aplica dibujando una
guitarra. Traza las líneas curvas con mucho cuidado, borrando y volviendo a
empezar, cuando no queda satisfecha con el resultado, la lengua asomando por
entre los labios y la concentración más absoluta reflejada en su cara.
—Te
está quedando muy bien
—Lo
más difícil es hacer las cuerdas bien rectas
—Pues
utiliza una regla
—No,
mi profe dice que hay que intentarlo a pulso, así se aprende. ¡Qué pesada!
—No
te quejes —le reprocha su abuela— tienes suerte de poder recibir clases de
dibujo y de tener todo lo que necesitas.
Mercedes guiña un ojo en el intento de enhebrar la aguja, chupa el hilo
y lo coloca cerca del agujero, cada día le cuesta más hacer algo tan simple,
por eso ya apenas cose algún botón o el bajo de unos pantalones. Lo bueno de
coser es que te deja pensar. Hace tiempo que piensa mucho, no en cosas de hoy
en día, sino en otras que sucedieron hace tiempo. Suelen surgir los
pensamientos cuando no entiende las que pasan ahora, cuando comprueba que todo
es tan diferente. No comprende cómo ha podido cambiar todo tanto.
—
Abuela, podrías contarme una de esas historias que tú sabes, pero no una
inventada, sino una que te haya pasado a ti. Esas me gustan más.
—Bueno, pero acaba el dibujo mientras te la cuento. Y presta atención
que si no, me callo.
Mi
padre que, como ya sabes, era tu bisabuelo era un señor muy serio, tenía un
bigote con las puntas hacia arriba, yo siempre me preguntaba cómo conseguiría
que permanecieran ahí apuntando al cielo todo el día. Hasta que descubrí que se
frotaba el bigote con una pasta pegajosa que guardaba en una cajita de metal.
Siempre nos decía lo que estaba bien y lo que estaba mal, lo que debíamos o no
debíamos hacer, cómo saludar a sus colegas o amigos, la manera en que debíamos
sentarnos a la mesa y a no alborotar. Le hablábamos de usted, de pie y muy
formales, cuando nos llamaba para reñirnos por algo que habíamos hecho mal.
Mamá no decía nada, se situaba a su espalda y nos sonreía con pena esperando
que no tuviéramos un castigo demasiado severo. Era cuando él se iba a su
despacho a trabajar, cuando nos sentíamos libres y a gusto en casa.
Yo
tenía entonces quince años, estaba estudiando y mi padre me vigilaba por
aquella época aún más atentamente. Conocí a un chico que me llevaba tres y a mí
me parecía muy mayor y muy guapo, pero sobre todo muy dulce y atento. Empezó a
venirme a buscar cuando salía de clase, también se unió a mi cuadrilla de
amigos y salíamos todos juntos de excursión, al cine y cosas de este estilo. Me
gustaba, pero yo no sabía nada de enamoramientos, ni de amores y mucho menos de
otras cosas. El tiempo pasaba y seguíamos hablando y riendo juntos, le echaba
en falta si no estaba cerca y de pronto comprendí que le quería.
Comenzamos a salir solos, ya no era suficiente vernos, reír y mirarnos,
necesitábamos estar cerca, tomarnos de las manos, utilizar palabras nuevas para
mí, no porque lo fueran, sino porque ahora estaban cargadas de otro sentido.
Algunas eran nuestras, las adoptamos y las llenamos de significados íntimos.
Las decíamos cuando estábamos con los amigos y solo él y yo sabíamos que
estábamos pensando en cosas que eran absolutamente personales.
En mi
casa se dieron cuenta de que algo me estaba pasando, mi madre me preguntó
directamente y yo le conté que estaba enamorada y le hable del chico al que
quería. Supongo que se lo contaría al bisabuelo porque a los pocos días me llamó
y me dijo algunas cosas que, si no, no venían a cuento:
—Ten
cuidado con lo que haces, no des que hablar, es fácil perder el buen nombre y
difícil recuperarlo. Recuerda que los hombres somos como los pájaros y vamos
picando aquí y allá y no siempre nos damos cuenta del mal que hacemos. Sobre
todo nunca te pares frente al portal de casa más de dos minutos cuando alguno
te acompañe. No queremos que los vecinos puedan hablar de si vas o si vienes. Y
recuerda que debes estar en casa a las diez en punto, ni un minuto más.
Un día Esteban me
pidió que fuera su novia y le dije que sí. Nos besamos de una manera diferente
y sin darme cuenta nos encontramos envueltos en un maremágnum de sentimientos
que me era difícil controlar. Me separé asustada y ante su insistencia solo se
me ocurrió enfadarme. Me acompañó hasta el portal de casa y allí discutimos.
Era nuestra primera pelea. A las nueve y media mis padres entraron en el portal
después de dar su paseo. Nos saludaron desde la distancia y mi padre me señaló
el reloj con un dedo. Yo no veía nada, solo que estábamos peleando, que no
podía estar de acuerdo con lo que él me decía y que, si seguía por ese camino,
tendría que dejarle.
Cuando subí a casa eran las diez y diez. Llamé al timbre, cuando se
abrió la puerta y me dieron paso, mi padre me dio un bofetón y me mandó a mi
cuarto, sin mediar palabra. Me tumbé en la cama y lloré. No sé que me dolía más
si haber regresado sin aclarar nada con mi novio o el sopapo de mi padre. Me
sentía muy desgraciada. Entonces mi padre abrió la puerta y me dijo:
—Tenemos
que hablar, cuando dejes de lloriquear ven.
— ¡Te
odio! —le grité y era verdad. En aquel momento odiaba su manera de entender las
cosas, su preocupación por el qué dirán y su insensibilidad hacia lo que
pudiera haberme pasado para retrasarme diez minutos, sabiendo que iba a
reñirme. El bofetón que me había dado no era para enseñarme nada, sino por la
rabia que sentía porque le había desobedecido.
Vi
que palidecía y sin decir nada se fue. Por la mañana aparecí con el labio
hinchado y sangriento, mi madre no le habló en unos cuantos días, yo tampoco y
tu abuelo quiso subir a pedirle explicaciones porque me había hecho aquello.
Conseguí que no lo hiciera.
— ¿El
abuelo era tu novio?
—Claro ¿quién si no?
¿Has terminado ya el dibujo? Venga, vamos a
preparar la merienda y después vamos a buscar a mamá que pronto saldrá de la
oficina. Tienes que ir al dentista ¿recuerdas? así que lávate bien los dientes
cuando acabes de comer el bocadillo.
2 comentarios:
Me gustó mucho esta historia, siempre es bonito visitarte.
Te dejo abrazos.
Gracias por tu isita, de nueo, Marga. Intento dejarte un comentario en tu precioso blog sobre Egipto, pero no encuentro el modo.
Te dejo aquí algo que he leído y que me ha recordado a ti:
"SUEÑOS DE FRAGANCIAS
Cuando sostengo a mi amor apretada
Y sus brazos pasan rodeándome furtivamente
Soy como un hombre trasladado a Punt (*)
O como alguien en las extensiones de cañas,
Cuando el mundo entero de pronto estalla en flores.
En esta tierra de sueños de fragancias del Mar del Sur,
Mi amor, tú eres escencia de rosas."
Poemas de amor del antiguo Egipto.
Un abrazo
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