Recuerdo que algunas mañanas miraba por la
ventana y cualquier nube en el cielo me hacía pensar en casas transparentes, en
aviones viajando a lo desconocido; los ruidos del amanecer, me hacían pensar en
nidos ocultos en las ramas de los árboles, en pasos temblorosos de alguien que
volvía a casa demasiado tarde. Podía ver cosas en las cosas que no estaban
allí, pero estaban en ellas. Mi corazón era como un pájaro lanzado al vuelo en
busca de emociones sencillas. No le hacía falta grandes aventuras, simplemente
contemplar la vida pasando era suficiente.
Recuerdo que algunas noches cuando el sueño
llamaba a mi puerta, abría mi mente para darle la bienvenida mientras recordaba
la última gracia de algún niño, o las palabras amargas después de una discusión
tonta, en la mañana. Amueblaba casas pequeñas en lugares hermosos, paseaba por
las arenas finas de una playa desconocida y escribía un libro contando
historias que no había vivido, por si así podía creer que mi vida era una
aventura.
No me daba cuenta de que realmente lo era, no
una aventura excitante, pero sí emocionante y atrevida. Recuerdo que podía
recordar cada palabra dicha y algunas que no se dijeron pero estaba claro que
se habían pensado. Todo era emocionante, mejor dicho, todo emocionaba mi
corazón y mi imaginación. No había tregua para el aburrimiento. Unas veces sin
que nadie lo advirtiera y otras siendo más que evidente, yo podía reír y dos
minutos después estar triste por cualquier cosa. Podía sentir una enorme
decepción y al momento una admiración desmedida.
Estaba llena de vida y me gustaba ser así,
tan llena de contradicciones, capaz de sentir a lo grande.
Ahora miro a la distancia justa, a veces no
veo nada y otras veo demasiado y no me gusta. No tengo ganas de luchar contra
las tonterías que adornan el día a día y ya no monto pequeños refugios cerca de
una playa con arenas finas. Aunque a veces lo parezca, nada se ha detenido,
todo sigue fluyendo como lo hace el mar al seguir el ritmo de sus mareas,
incansable. Sin ser consciente, vuelvo a oír cantar los pájaros en los árboles
y sigo imaginándolos en sus nidos. Ya no deseo grandes aventuras. La mejor
aventura es vivir cada día.
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