Pestañeó
dos veces para decir que sí. Entonces él la besó tembloroso. Cuando entro en la
casa, le vio marchar desde la ventana; caminaba ligero, como si volara, parecía
tan feliz que le dio pena. Había insistido tanto que no había podido negarse.
Cuando se miró al espejo volvió a ver
reflejada en sus ojos la expresión de triunfo de cuando mentía a un hombre. Esta
vez no se preguntó por qué lo hacía. No podía, no quería arrepentirse. Había
dicho que sí pero, una vez más, sería que no.
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