Imagen tomada de la Red |
Mi paciente número tres era una mujer de mediana edad, de aspecto tímido,
ojos grandes y de constitución menuda. Vestía ropa de cierta calidad y sonreía
de una manera que invitaba al diálogo. Habíamos tenido ya varias sesiones.
— Toma asiento Sofía —le dije correspondiendo a su sonrisa
Sentada frente a mí pude observarla detenidamente. Yo sabía desde el primer
día que algo la perturbaba y necesitaba contarlo, por eso estaba allí, pero
parecía resultarle difícil. Como solía pasar, una vez que comenzara todo iría
bien.
— Mis padres solían
discutir, nada demasiado grave —comenzó
nerviosamente— pero yo solía escucharles aunque ellos trataran de aislarse.
No tengo hermanos, siempre he añorado tenerlos, pero por alguna razón para mí
desconocida entonces, otros niños no llegaban.
Adoraba a mi padre y quería
a mi madre. El, era para mí especial, lo tenía todo, era cariñoso, siempre
estaba alegre cuando estaba conmigo, a mí me parecía el más guapo y el mejor y
yo era su ojito derecho. Siempre me leía un cuento al acostarme, íbamos al cine
a ver todas las películas de moda y luego yo se las contaba a mis amigas,
salíamos de excursión con mamá o solos. Cuando volvía de algún viaje de
trabajo me traía cualquier pequeño detalle para que supiera que se había
acordado de mí. Como ya he dicho, yo lo adoraba y a veces mi mamá decía en
broma que él me quería a mí más que a ella y que estaba algo celosa.
Llevaban ya como dos semanas
discutiendo a menudo. No podía entender bien por qué, pero por algunas palabras
que llegaban a mis oídos, creo que mamá le reprochaba sus largas ausencias, que
trabajara tanto que se viera obligado a ausentarse cada vez más tiempo. Yo
sentía rabia contra mi madre pues me parecía increíble que se enfadara con él por
que trabajara mucho. Por entonces yo tendría ya unos diez u once años y había
muchas cosas que no sabía y otras que ni se me pasaban por la cabeza.
Una de esas noches la
discusión fue más fuerte de lo habitual, mamá salió del dormitorio llorando y
se marchó.
Me levanté y entré en su
cuarto a preguntarle a papá qué pasaba. Estaba asustada y medio dormida, él
recostado contra las almohadas fumaba un cigarrillo. Golpeo con la mano en la
cama invitándome a sentarme a su lado y lo hice apoyando mi cabeza en su
hombro.
— No pasa nada, cielo. No te
preocupes —me dijo pasando sus dedos entre mi pelo— todo va a arreglarse, mamá
volverá pronto y será como si nada hubiera pasado. Pero habla con ella,
preciosa, dile que no se enfade conmigo y que me hable. Díselo cariño, pídele
tú porque a mí no me hace caso.
En ese momento sentí mucha
pena por él y la rabia se volvió contra mi madre. Me abrazaba cada vez con más
fuerza, por un momento me asusté porque me hacía daño. Insistía en que hablara
con mi madre pero algo había cambiado en su voz que ahora sonaba ronca e
insinuante. De pronto empezó a besarme por toda la cara. Seguía dándome pena,
creí que lloraba y que era culpa de mamá que estuviera tan triste. Luego me
besó en la boca, fue un beso suave superficial que no me produjo extrañeza,
luego se fue enardeciendo y trató de meter su lengua entre mis labios.
Salí corriendo y me encerré
en mi cuarto. No me siguió, durante toda la noche pensé en lo que
había pasado diciéndome que no había sido nada, pero sintiendo que en aquello
había algo que no estaba bien. Después mamá volvió a casa, siguieron discutiendo
pero permanecieron juntos. Aparentemente todo había vuelto a la
normalidad, mi padre nunca hablo de aquello, se limitó a mirarme fijamente,
casi suplicante los primeros días, después debió olvidarlo Mi madre nunca se
enteró, jamás le dije nada, temía que volvieran a discutir, que mamá esta vez
se marchara de verdad y que fuera culpa mía. Con el paso del tiempo ya no
merecía la pena.
Nunca he podido olvidarlo.
Durante mucho tiempo no lo entendí ¿Por qué me sentía tan mal? En realidad solo
me había besado, no había nada de malo en aquello ¿o sí? Quizá yo era la
responsable. Cómo iba a saberlo. Él era mi padre.
Un día escuché hablar de
acoso, de abusos sexuales de los familiares... Y comprendí por qué aquello me
dolía tanto.
Nunca se lo he dicho a
nadie, ni siquiera a mi compañero. Hablar hoy de ello me libera de un peso que
sigue ahí y me abruma. He querido entender lo que pasó, me pregunto qué hubiera
sucedido si no me voy corriendo asustada. Trato de explicarme por qué lo hizo, pero
aún hoy me resulta difícil.
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