Se puso los guantes despacio, sacó el
revólver de la guantera, miró si estaba cargado, luego lo amartilló; buscó el
silenciador, lo enroscó en el cañón y con cuidado, lo depositó sobre el asiento
del copiloto y lo cubrió con su sombrero. Hecho esto, pisó suavemente el
acelerador. Dio una vuelta a la manzana observando cada detalle: los portales,
la salida de emergencia del hotel y la del servicio de cocinas. Solo se abrirían desde el interior, pensó y las
cámaras de vigilancia. Por allí estaban los contenedores de basura y una
furgoneta de transportes con el conductor fumando un cigarrillo, dentro. Pasó
de largo, salió a la avenida, aparcó el coche detrás de una pequeña camioneta,
que lo ocultaba parcialmente y se dedicó a observar, sobre todo la puerta
principal del edificio.
Michel se miró detenidamente al espejo, pasó
de nuevo la maquinilla por su cara y sonrió a lo que veía. Esta vez saldría
bien. Habían estudiado cuidadosamente los pros y los contras del negocio y todo
estaba bajo control. Sonó el móvil, dejó que saltara el contestador y escuchó
la voz de su socio que le emplazaba a que no llegara tarde. Había despedido ya a
la mujer con la que había pasado la noche, estaría dispuesto en cinco minutos.
Le dolía la cabeza. Se le pasaría en cuanto tomara un café y esa milagrosa
píldora que lo ponía rápidamente en marcha.
— Les han denegado el crédito —le informó
Germán, su socio— el banco no va a financiarles y no podrán aguantar mucho
tiempo. Ahora es el momento, tenemos que hacer las cosas como hemos planeado.
Tú les explicas cómo está todo y yo les ofreceré comprarles la empresa por un
precio razonable. El hijo está ya de acuerdo (es un insensato lleno de deudas)
el padre puede resultar más difícil.
— No te preocupes. Lo tengo todo bajo control.
—Señor Silva, los señores Michel Rimbaud y
German Platíc de MG Rimbotic —anunció la secretaria, abriendo la puerta y
cediéndoles el paso— ¿Desean alguna cosa, un café, un te...?
René miró sus ojos fríos reflejados en el
espejo retrovisor, consultó su reloj y se puso en marcha. Condujo por la 47 y
aparcó lo más cerca que pudo de la entrada del edificio de la Corporación
Cinectrom. Esperaba que nadie se hubiera fijado en él; la gente caminaba
deprisa sin preocuparse con quién se cruzaba. Dos hombres corpulentos vigilaban
cada una de las entradas. Calculó si podría salir sin llamar la atención y si
el coche estaba en la dirección adecuada. Luego se sentó detrás del ventanal de
la degustación y pidió un café negro. Una vez más sintió en sus manos ese
hormigueo inquietante que no podía controlar. Tal como habían acordado, sonó el
pitido en su teléfono. No había habido acuerdo. Se levantó tranquilamente,
cruzó la calle, se mezclo entre los que entraban, procurando que los vigilantes
no se fijaran en él y se detuvo esperando a que el ascensor bajara. Cuando las
puertas se abrieron dudó tan solo un segundo: el alto era él. Sacó la pistola,
apuntó y sin dudar disparó. Fue un instante. Dio la vuelta y salió caminando
despacio, tal como había entrado, al fondo sonaban las voces pidiendo ayuda.
Procuró que las cámaras de seguridad no pudieran ver su rostro.
El asesinato de Rafael Silva, aún sin
resolver, fue la noticia de la quincena en la prensa, lo mismo que la venta de
su empresa Cinectrom a la compañía MG Rimbotic. Al parecer Evaristo Silva había
llegado a un acuerdo rápido al morir su padre.
Una semana después de la firma de la venta,
René Patou confirmo que ya habían ingresado en su cuenta en Panamá, la
sustanciosa suma que habían acordado por sus servicios.
1 comentario:
Eres buena hasta con la "Novela Negra"
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