—Es lo que traen los excesos, amigo. Era un hombre
excesivo en todo, no sabía controlarse. Le daba lo mismo cargar siete sacos de
cemento que subir corriendo por la cuesta del carrejo. Se lo avisamos: no te
presentes de nuevo, ha pasado poco tiempo desde la última vez y no te va a
sentar bien.
No nos hizo caso, como siempre. Esta vez fue, en
veinte minutos, sesenta huevos cocidos. Perdió la apuesta pero casi lo
consigue. Se atragantó con el último huevo y vomitó todo por todos lados. Tuvimos que llevarle a urgencias. Fue horrible, no creo que vuelva a hacerlo más.
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