De la Red |
Ayer tomé un café con Marta. Hacía mucho
tiempo que no nos veíamos, así que esto de los cafés casi se nos había
olvidado. Hablamos por teléfono de vez en cuando y no sé cómo no me he dado cuenta
antes de que cada vez se han espaciado más las llamadas y estas han sido más
cortas.
Marta no suele quejarse nunca de nada y si lo
hace yo sé que es porque no puede más. Está triste y creo que algo deprimida.
— No sé lo que me pasa —me ha dicho— pero
tengo ganas de dormir a todas horas y estoy cansada, no solo físicamente, eso
sería lo de menos, se te pasa con una buena siesta, sino anímicamente.
— Ya, pues también tienes derecho a estar
cansada de todo, que parece que tenemos que estar siempre con la sonrisa en los
labios y dispuestas para lo que haga falta. ¿Has ido al médico?
— Sí, claro y sabes lo que me ha dicho:
necesitas unas vacaciones. Vete y no pienses en nadie. Vale, le he contestado ¿me
voy mañana y lo dejo todo tal cual?
Se ríe, pero yo sé que no tiene ganas. Marta
tiene una madre de noventa años y una familia que cuenta con ella. Unos hijos
ocupadísimos con sus trabajos y los quehaceres propios y un marido a punto de
jubilarse que le propone una nueva vida de viajes y salidas.
— Pero peor estás tú, me dice de pronto y me
mira de esa manera tan suya que siempre me empuja a abrazarla.
— No sé, me parece que lo que me ha pasado me
ha dado algo así como una coartada.
— ¿Queeee?
— Lo que oyes. Nadie espera de mí más de lo
que puedo dar o hacer y cuando me paso, todos andan preocupados porque me
siente bien o mal.
— Ya, lo entiendo, pero tampoco es cosa de
tener una crisis grave para algo así, que también tiene narices.
— Mira, sea como sea y hagas lo que hagas
siempre sentirás, muy en el fondo, que quizá no haces lo suficiente. Y esa
sensación te acompañará toda la vida. Nos educaron así, en la creencia de que
nuestro destino era estar al servicio de los demás y lo hemos hecho siempre con
gusto y mucho amor. Un día de pronto te das cuenta de que ya es tu hora. Pero
tampoco. Incluso, a veces, si decides que si lo es, contra viento y marea,
puede que te llamen egoísta. O, si no te lo llaman, por lo menos lo piensan.
Marta siempre ha sido una mujer preciosa,
guapa, pero más que eso, elegante en todas sus manifestaciones y buena para
quien la rodee. No sé qué hacer, aunque sé que no tengo ni debo hacer nada que
no sea tomar un café juntas y charlar. Es difícil luchar contra lo que uno
quiere y debe hacer y contra lo que sería justo que pudiéramos hacer sin que
nos remordiera la conciencia.
1 comentario:
Me ha parecido excepcional, me he sentido M
arta y me he sentido tu y he pensado que gran suerte tengo al darme cuenta de que estás ahí y de que en cualquier momento puedo contar contigo.Escribes muy bien porque creo que expresas lo que sientes y lo haces de tal forma que cuando te leo vivo lo que dices y creo que cuando se llega así de directamente a los lectores es que eres una gran creativa que sabes contar como nadie lo más sencillo la vida cotidiana.
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