Ivana Rajic
Íbamos a algún lado, pero no recuerdo a
dónde. Como siempre, caminabas a mi lado; habíamos salido con el grupo de
montaña, me llevabas la bolsa, una preciosa cesta que me habían regalado para
estas cosas, en los tiempos en que las mochilas aún no se usaban. En el primer alto te sentaste en el suelo
junto a mí, que me había alejado algo de los demás. Siempre me ha gustado
contemplar el mundo desde mi propia atalaya, un poco a solas, para poder
pensar, respirar y ver de verdad. Fue el día que me diste tu primer regalo. Una
cajita pequeña que no pesaba y no metía ruido, aunque la movieses. Te miré
extrañada. En realidad, por aquel entonces, yo solo veía al amigo, el compañero
de salidas, el amante de los perros, siempre alegre y contando chistes. 'Ábrelo
en casa', me dijiste y aunque me podía la curiosidad, es lo que hice.
No sé si te acuerdas. En la caja había un
papel con un dibujo, diría que era más bien pequeño, pero claramente era yo. Mi
cabeza, mi pelo inconfundible, mi perfil. Todo ello dibujado a tinta china. Y
te imaginé estudiando en casa, o eso creerían tus padres, preparando láminas
para algún trabajo en la Escuela de Minas y con la cabeza en otro sitio. Hubo
más dibujos, pero este del que te hablo fue la llave que abrió la puerta.
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