(En el jardín)
Llevaba un buen rato sentado en su butaca
rodeado de periódicos que hablaban de elecciones. Patricio Celote reflexionaba
con los ojos cerrados, las gafas le resbalaban por la nariz sin ningún respeto
y los cuatro pelos de su cabeza apuntaban al cielo esperando el milagro de no
perderse también ellos. Apuraba lentamente un cigarrillo, envuelto en el humo,
lejos de la realidad, perezoso.
Pensaba que, votara a quien votase, nada cambiaría
en su vida. Le fastidiaban las frases grandilocuentes, las promesas que
dudosamente se cumplirían y la mala educación de los que aspiraban a dirigir el
país
.
Se miró las uñas, tenía que hacerse la
manicura, se dijo, luego le dio un sorbo al café: se había quedado frío. Miró
en torno y estudió con ojo crítico la sala donde pasaba la mayor parte de su
vida desde que se había jubilado, luego se dirigió a la cocina y puso la taza
en el microondas. ¿Qué era lo más importante para él? en este preciso momento
su café caliente y la comodidad de su butaca; saber esto no iba a ayudarle a
tomar una decisión. ¿A quién votaba? ¿Y si se quedaba tranquilamente en casa,
iba a importarle a alguien? ¿En cuál de esos bustos parlantes que le miraban
desde la televisión, ofreciéndole un paraíso servido en bandeja: pero deme su voto, podía confiar? Cuál de ellos cumpliría sus promesas.
Durante todo el año, con frío, lluvia o calor se había manifestado frente al
Ayuntamiento en demanda de mejores pensiones. Llevaba tanto tiempo viviendo con
la suya que se había acostumbrado a necesitar poco y envidiar menos. Se le
había pasado ya aquella rabia sorda, aquel enfado crónico por tantas
injusticias. En su juventud había protestado en la calle, en la fábrica,
delante de la policía. Habían conseguido algunas cosas, pero eso se acabó para
él, ahora les tocaba a los jóvenes.
En la televisión seguían hablando de
presupuestos, de izquierdas y derechas y de que era necesario que todos fueran
a votar. Había sorna en su cara mientras tomaba el café para que no volviera a
enfriarse. Aquellos hombres que parecían
recién salidos de la Universidad, que nunca habían trabajado en una empresa,
trataban de decirle lo que tenía que hacer y él se preguntaba qué sabían de
apuros y penalidades, de luchas y frustraciones, de todas las cosas que se
aprenden a fuerza de luchar en la vida.
De pronto le pareció que se ahogaba, a esas
horas todos los días era consciente de la soledad en que vivía desde la muerte
de su mujer. Cogió el bastón y salió a la calle. La avenida estaba solitaria,
el sol se había escondido tras los edificios y las farolas empezaban a iluminar
las aceras. Se dirigió al pequeño parque del barrio, le gustaba pasear por
allí, olía a naturaleza húmeda por el rocío de la noche; con cada paso que daba
rechinaba la gravilla del paseo. En un banco una pareja se besaba
apasionadamente y en el estanque se balanceaban algunos patos que, perezosos,
aún no se habían ido a dormir. Podía ser
mayor y estar desencantado pero iría a votar, decidió. Ahora se iba a marchar a
casa, pondría la tele, buscaría un canal de esos picantes y se daría un
homenaje. Le apetecía y además, esto no se lo podían quitar, gobernara quien
gobernase
.
En la pequeña plaza en el centro del parque, Patricio
vio al grupo de jóvenes que bailaban eso que llaman rap, fumaban porros y se
peleaban entre ellos. Inmerso en sus pensamientos, no se dio cuenta de que
estaban burlándose de él.
Todo el mundo en la ciudad comentaba que no
era aconsejable caminar de noche por allí y menos solo, se rumoreaba que
aquellas bandas de gamberros desocupados, atacaban a la gente solo por divertirse
y que a veces se les iba la mano...
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