domingo, 13 de diciembre de 2020

Finales de Otoño

 

 

 

 

 

 

Era otro día, con su cielo azul y débiles rayos de sol calentando el final del otoño. Era otro, uno más en el racimo de días que era su vida, cada grano igual al otro como si la vida hubiera consumido ya todo lo que pudiera sorprenderle y ahora solo quedaran los amaneceres sin otro objetivo que seguir viviendo.

Visto así, parecía una situación triste, pero no era de los que se quejaban de su mala suerte y tampoco del paso raudo del tiempo, que perseguía recodos nuevos por los que llevarle, tanto si lo quería como si no. Solo que, a veces, solo a veces, se derramaba por su interior una especie de magma espeso que le quemaba y exhalaba hacia afuera todo lo que se había ido acumulando en mucho tiempo, en forma de desasosiego, como si una familia de mosquitos le estuviera picando sin cesar.

En esas ocasiones la soledad le miraba de frente y le hacía burla. Era descarada y le perseguía por cada rincón donde trataba de esconderse, rodeaba su cuerpo como una amante apasionada, le miraba a los ojos y abría una ventana de deslumbrante claridad donde mirar y mirarse, luego inflamaba su corazón de recuerdos y anhelos y debilitaba sus piernas haciéndole temblar como se tiembla después de consumar el deseo. Aquellas mañanas aclaraban el aire y lo llenaban de aromas primaverales en pleno invierno, llevaban ocultas manos extendidas deseando encontrar otras manos y hacían difícil mantenerse impasible a los ojos de los demás.

Pretendiendo borrar el círculo de la soledad concéntrica buscaba recuerdos de viejas sensaciones, de quereres, de súplicas por poder sentirse solo y disponer del tiempo que le reclamaba su mente. Había estado loco, no sabía nada cuando lo tenía todo. Ahora debía deslizarse mansamente por el laberinto de misteriosas revueltas que le llevaban de derecha a izquierda sin ponerle freno, a veces lento, a veces tan rápido que sentía vértigo.

Y lo haría solo. 

 

 

 

 

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