jueves, 16 de diciembre de 2021

Recuerda cómo ha pasado

 

 

 

 



 

Llevas meses hablando de irte a París, lo tienes bien planeado, solo te falta la confirmación y te irás. Todo ha encajado de pronto y has tomado el primer vuelo que te lleva a la Ciudad de la Luz, en la que piensas vivir una larga temporada. Desde la ventanilla del avión, contemplas el mar, brillante y sereno, pero no vuelves la cabeza atrás. Étienne te ha llevado al aeropuerto y te ha dado un abrazo apretado y largo. Sientes un poco de ternura por él y pena, pero habéis acordado que no hay compromiso ya. Pronto te olvidará, a pesar de que te ha jurado que no podrá hacerlo.

¡Por fin París! Has alquilado un chambre, ese apartamento minúsculo en el que hay de todo y apenas cabes tú.

El edificio de La Sorbona es austero. Entre sus piedras aún resuenan los discursos de los grandes pensadores de la Historia. Pasarás ahí los siguientes meses, trabajando como becaria y preparando tu tesis.

París es una ciudad espléndida, ya la conocías, pero no es lo mismo visitarla que vivirla. Es todo tan nuevo, tan excitante que, sin ningún remordimiento, has olvidado por completo lo que has dejado atrás.

No te ha costado demasiado conocer gente, en la facultad hay muchos de otros países que, como tú, no quieren sentirse solos. Sin alejarte del distrito V, que es donde vives, puedes ir a ver exposiciones, algún concierto, recorrer librerías o a cenar por las callejuelas del Barrio Latino. Te gusta la comida griega. Has aprendido a moverte en el metro, aunque no es sencillo. Paseas por el Faubourg Saint-Honoré mirando escaparates, como una turista. Pero lo mejor es ir al Pompidou a sentarte en cualquier lugar, mirar, solo mirar a tantos que muestran sus habilidades en el campo que sea. Prefieres a los músicos, los hay de todos los estilos. Allí has conocido a Radi. Toca el chelo con un amigo, para ensayar y evitar las quejas de los vecinos. Es delgado, de cuerpo largo y corpulento y de piel morena. Hay algo misterioso en él, quizá son sus ojos tan negros y brillantes. Te has dedicado a mirarle tanto que ha acabado fijándose en ti. Ahora vas por allí siempre que tienes tiempo, hasta que te has atrevido a saludarle. Es argelino y vive por la zona del Sacre Coeur. No habla mucho y cuando lo hace su francés se vuelve un galimatías. A ti te da lo mismo, solo quieres seguir mirándole y saber que él te ve. Como tú, también está de paso por Francia.

Le has comentado que te da miedo tomar el metro por la noche, para ir a la otra orilla del Sena, donde vives, se ha ofrecido a acompañarte.

A veces te preguntas qué estás haciendo. Es como si fueras una mosca atrapada en una tela de araña de la que no te puedes soltar. Desde luego estás loca. Si vas a Pompidou y no le ves, corres a des Halles, porque esperas que estén tocando por allí y te mueres por verle. Este juego de voy y vengo, te miro, me miras, está muy bien pero ya no es suficiente. Le has invitado a cenar en tu casa. Es una declaración de intenciones. Una pizza y unas copas de vino para empezar, juegas a ser la manzana tentando a Adán. Te esfuerzas porque le deseas mucho.

Amanecer con Radi abrazado a ti es lo que ambicionas para el resto de tu vida. Ahora ya tienes la prueba de que, tal como sospechabas, es un hombre apasionado que sabe lo que quiere.

Te has enamorado. ¿En qué estabas pensando? Miras continuamente el reloj, te miras a ti misma en el espejo, para averiguar qué ve él cuando te quita la ropa, te estremeces cuando te toca. Estás perdida porque esta vez no eres tú quien controla, sino que te dejas llevar.

Como ya deberías saber el cielo es un lugar pequeño en el que no caben todas las felicidades juntas, así que hay que ir dejando espacio a las de los demás. Hace días que notas que algo pasa. Está más callado que otras veces y mira el móvil a menudo. Antes de irse de tu casa, te ha dicho que debe volver a su país, su padre no está bien. Como mucho serán tres días. Ha pasado una semana y aún no ha vuelto. Pero no te llama y cuando lo haces tú, no coge el teléfono. Tu cabeza se llena de ideas absurdas y de disculpas más absurdas aún. Puede que su padre esté peor, tal vez ha muerto, pero ¿por qué no te llama?

Entre tanto has defendido tu tesis con buena nota, te han ofrecido un puesto en investigación y has decidido aceptarlo. Siempre has esperado este momento, todo lo que dejaste, quedó atrás para conseguirlo. Ahora es un éxito que te sabe amargo.

Como una tonta, pasas por delante de su casa; durante este tiempo lo has hecho muchas veces. Uno de esos días le has visto. Sale del portal con una mujer, la lleva abrazada y se ríen. Debe de haber alguna explicación lógica, tal vez es su hermana. Por eso ayer llamaste a su puerta. Te ha mirado asustado, ni siquiera te ha pedido que pases. Vuelve a su país. Se va a casar. Ha regresado con su novia para recoger sus cosas. Su padre ha muerto y antes de que falleciera, le ha jurado que se casaría con la mujer que ha sido su prometida desde que eran niños. Quizá no lo entiendas, te ha dicho, pero no puedo cambiarlo.

No, no lo entiendes. Pareces un zombi bajando hacia el metro. Todo ha sido una mentira y si no lo ha sido, cómo puede aceptarlo. No sabes por qué extraña concatenación de pensamientos, recuerdas el mar, las toallas de colores tendidas en la arena y los niños jugando. Sientes verdadera nostalgia de tu casa. Te das cuenta de que tú también te marchaste y comprendes que quizá no fuiste justa. Pero ya todo da igual.

 

 

 

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