A través de los cristales se veía el monte, el camino por el que había llegado hasta allí y algunos arbustos creciendo entre los pinos. El lugar era perfecto para un retiro temporal, la cabaña era acogedora y él era un ermitaño sin afeitar y sin ducharse en los últimos dos días. Caía la noche y todo quedaba a oscuras, la única luz era la de alguna estrella en el cielo si hacía buen tiempo, así que solía salir fuera y mirar hacia la casita con todas las luces encendidas, eso mitigaba la sensación de soledad. Luego estaba el silencio.
Se preguntaba que haría Sofía en ese momento. Se hacía esa pregunta quince veces al día, a pesar de que estaba allí para tomar decisiones importantes para su vida y sobre todo para olvidarla. No era tan fácil, contra todo lo que había creído, cuando se enteró que había aceptado ir a Japón, para ocuparse de la nueva sucursal de la empresa en que trabajaba, sin esperar a saber qué opinaba él de aquello. Tenía derecho a buscar su sitio y él no podía acompañarla tan lejos. La amaba, le costó superarlo. Estaba perdido y había llegado a aquella cabaña pensando en encontrarse.
Salió a por leña para la estufa y vio que había caído una ligera capa de nieve. Soplaba un viento que helaba la piel. Lo vio en un hueco entre los leños. Era pequeño y estaba asustado. Consiguió que se dejara coger y lo llevo a la casa. No entendía de osos, pero aquel parecía muy pequeño, quizá recién nacido. Puso leche templada en un cuenco, pero el oso no sabía beber. Mojó una de las bayetas en el líquido y fue echando pequeños chorros en su boca. Luego, el animal se quedó dormido. No parecía demasiado asustado. Tenía que hacer algo, quizá la madre lo estaba buscando y podía ser peligrosa. Pero qué, no podía dejarlo fuera y solo.
A media mañana la osa apareció delante de la casa. La iba rodeando nerviosamente una y otra vez, a cada paso más enfadada. Temía que, si abría la puerta, la osa se lanzara sobre él. Finalmente, cuando rodeaba la casa por detrás, dio un empujón al osezno y lo dejó sobre el porche, cerrando la puerta de golpe.
Los vio marchar. Parecían felices de haberse encontrado. Y eran libres.
Cuando se perdieron entre los árboles, pensó que quizá había ido hasta allí, para salvar a aquel pequeño de una muerte casi segura. Qué sabía él de eso, qué sabía si estaba allí por cobarde, por no arriesgarse a emprender una nueva vida. Qué sabía de nada en especial. ¿Quién había salvado a quién?
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