domingo, 30 de noviembre de 2014

Un salto arriesgado hacia el futuro








Se miró, una vez más, en las aguas transparentes. Como siempre vio en ellas reflejarse las copas de los árboles, las luces y las sombras y el cielo azul, despejado y sereno, y pensó que todo era muy hermoso. Ya lo sabía, pero le gustaba mirarse de vez en cuando y comprobar que, a pesar del paso del tiempo y de todas las vicisitudes de la vida, ella aún seguía viéndose juvenil y llena de encanto.

Siguió caminando, como todos los días, aquella marcha suya no tenía fin. A veces le resultaba ya cansada y cada vez más a menudo, se encontraba pensando en que le gustaría cambiar de ruta y llegar a sitios que no había visitado nunca. Conocía al dedillo cada hueco, cada luz, cada viento, lo había visto y sentido tantas veces todo, que ya no podía soportar aquella rutina.

Suspiró resignada. ¡Pero tenía compromisos y obligaciones con tanta gente a la que ni siquiera conocía! Ya, ya lo sabía, soñaba con un imposible. Las cosas eran como eran y lo habían sido desde el primer día, allí en el principio de los tiempos, cuando todo era un caos y cada uno buscaba su lugar en la inmensidad del espacio. Por eso, a veces lloraba incansable, desbordada, hasta inundarlo todo, o juraba con palabras soeces hasta conseguir que todo se conmoviera y se agitara convulsamente. Estaba harta y encima le tocaban las narices pretendiendo que le hacían cosquillas, cuando en realidad la estaban matando poco a poco, con una inquina enorme, como si la odiaran, a ella que estaba allí para ellos y les daba todo lo que necesitaran cuando lo necesitaran. Definitivamente: algo tendría que hacer costara lo que costase. Por eso empezó a maquinar; se le ocurrían cosas horribles para ellos, cosas que, sin embargo, a ella podrían sacarla de aquel aburrimiento. Reconocía que algunas eran muy salvajes, ya lo sabía. Pero resulta que eran las que más le gustaban. ¿Por qué tenía que pensar en nadie? ¿Quién pensaba en ella? A lo mejor algunos cambios vendrían bien a toda aquella tropa de inconscientes que no se preocupaban del presente y mucho menos del futuro.

Maduró la idea durante mucho tiempo. Un día decidió que ya era hora de hacer algo; al día siguiente se echó atrás pues le entró miedo y también remordimiento y pena porque no sabía cuáles serían las consecuencias. ¿Cómo sabía ella que lo que pensaba hacer no iba a resultar en un desastre? No podía precipitarse porque sus decisiones atañían a muchos, no solo a ella. Y, por otra parte ¿sabría arreglárselas sola, lejos de lo que había sido su vida hasta entonces, lejos del compañero que siempre la había atraído, la había dado calor y hasta diría que la había gobernado?

Miró de nuevo en el fondo de un río, esta vez las aguas eran claras y transparentes, pero en ellas seguía reflejándose el cielo y al fondo podían verse pececillos plateados que bailaban contra la corriente. Ya estaba, iba a hacer lo que quería, necesitaba libertad y si seguía así nunca la conseguiría. 

Temblaba solo de pensar que por fin podría salir de aquella rutina que la obligaba a girar y girar siempre en la misma órbita, siempre alrededor del mismo sol que quemaba y abrasaba todo dependiendo de por dónde andaba. Iba a arriesgarse sin pedir opinión a nadie, ellos tampoco le pedían a ella la suya cuando la agujereaban, explotaban bombas en su interior, cortaban sus hermosos árboles y otras burradas aún peores. En la próxima vuelta daría un salto y se apartaría del sol, se alejaría un poco de él y buscaría otra órbita por la que caminar de nuevo... o tal vez cambiaría a menudo de camino y por fin haría lo que le daba la gana.

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