viernes, 14 de julio de 2017

Julio





Chiringuito Punta Cotolino







Las nubes se mueven despacio, son algodonosas y blancas, brillantes. Sentada en la silla del chiringuito, tomo un café con hielo y dejo que la brisa del mar me haga feliz.

Es pronto y apenas hay nadie.

El camarero es argentino, cuando pregunta qué vas a tomar, parece que te está invitando a bailar.

Pero yo miro las nubes, en este momento, para mí, mucho más interesantes. Al fondo, sobre los tejados de las casas más alejadas, se ha abierto un claro de un color azul límpido, transparente. Parece un lago, pienso. Un lago en el cielo. Mi perro corre por la hierba y entre las rocas, me da miedo, no quiero que se vaya a caer, pero está tan alegre que no deseo estropearle esa alegría.

No necesito nada más, pienso. También que no puedo tener más, que este momento es mágico y que lo que lo hace así no es nada más que mi deseo de que lo sea y mi atención puesta en las pequeñas cosas.



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