De la Red |
Recuerdo muy bien el sol brillando sobre el
mar y la gran casa blanca que se destacaba contra el verde de los pinos. Sin
embargo no sé cómo llegamos allí, ni porqué era mi prima la que me acompañaba.
Yo tenía nueve años y ella unos veinte. Agarrada de su mano no sentía ningún
miedo. Distraída con tantas emociones no me di cuenta cuándo se fue. Tampoco recuerdo si
me asusté al quedarme sola con aquella monja sonriente, pero sí de que, en la noche, la luz de
la luna entraba por los grandes ventanales y que una niña empezó a llorar y las
demás la imitamos.
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