viernes, 19 de agosto de 2016

La vida de Santi






De la web '20minutos'






Siete de la mañana, el café, el zumo y la mochila, todo casi al mismo tiempo. 

Santi consultó el reloj, el autobús se retrasaba y detrás de él se había formado una gran cola. Aún llegaría a tiempo y se ahorraría escuchar las palabras ácidas de su jefe, ese hombre amargado que pagaba con él todas sus frustraciones. Cedió el paso a la mujer que le seguía en la fila y detrás de ella desfilaron todos los demás empujándose unos a otros. Subió al bus el último y no encontró dónde sentarse.

El viaje duraba media hora, así que durante ese tiempo podría pensar. Qué había pasado para que Lucía le dejara plantado de buenas a primeras. Necesitaba tiempo, le había dicho, no estaba segura de querer casarse todavía, sabía que se había portado muy bien con ella, porque vivir en su casa había sido una suerte, también el dinero que le había dado varias veces, pero casarse eran palabras mayores y tenía que pensarlo y para hacerlo se iba a vivir con una amiga. El era un hombre razonable que huía de las situaciones incómodas y que estaba enamorado, así que le dijo que la entendía y que volviera pronto. Pero no iba a regresar, alguien le comentó que no había tal amiga, que vivía con un amigo y que parecían pareja. Le había engañado, le había tomado el pelo con descaro.

 A las ocho menos cinco Santi estaba sentado ante la mesa de su pequeño despacho, revisando papeles y poniendo en orden lo que quedó pendiente el día anterior. A las nueve y media llegó Álvarez, su jefe, como siempre enfadado. Era la viva imagen de la prisa, del hay mucho que hacer, del no llegamos a tiempo. Santi ya sabía lo que significaba aquello, él pagaría la falta de organización de aquel hombre, le tocaría trabajar el doble y poner la cara cuando algo saliera mal y desde arriba uno de los jefazos pidiera cuentas. Sus compañeros le gastaban bromas, se reían de él: eres un mandado, no tienes valor para enviar al infierno a este insoportable. Decían que lo hacían de buena onda pero él estaba ya muy cansado.

Para volver a casa tomó el autobús de las siete y media, tampoco pudo sentarse porque iba lleno por completo; se apretaban unos contra otros y apenas podían mantener el equilibrio. Santi volvía a pensar en Lucía; a pesar del tiempo transcurrido la seguía echando en falta. Recordaba los días en que volver a casa era agradable porque ella estaba allí, aunque se le olvidaba que eso no era cierto casi nunca.  Era duro asumir que nadie le tomaba en serio. En ese momento el bus dio un frenazo y todos se fueron adelante cayendo unos sobre otros. Apenas fue un segundo, por suerte solo había sido un susto. Unos minutos después, la mujer que estaba delante de él, la que con cada curva se recostaba en su pecho para no caer, comenzó a gritar. « ¡Asqueroso, déjame en paz, quita esa mano de ahí, no creas que no me doy cuenta, ya está bien, creía que era accidental, te pegas a mi culo! Pero que me lo toques no lo aguanto! »

Santi no entendía nada, miró detrás de él por si hablaba con otro, pero no, se dirigía a él y estaba tan enfadada que gritaba y todos los pasajeros le miraban. Sintió el calor en la cara, las piernas le temblaban, quería licuarse, desaparecer. Todos le gritaban. Uno se reía gesticulando con cada carcajada. Se miraron fijamente, seguro que había sido él el responsable.

Le ingresaron en el hospital y le dieron un sedante, aún se preguntaba qué le había pasado, cómo había podido armar semejante escándalo, porque la había emprendido a manotazos con todo el que tenía delante como si le hubiera dado un ataque de locura, comenzando por aquella mujer que le culpaba de algo que no había hecho.

Cuando al cabo de unas horas regresó a casa, sentado en su rincón preferido repasó despacio todo lo que le había pasado aquel día. No había sido muy diferente a lo que solía sucederle casi siempre. Estuvo allí quieto, pensando mucho tiempo, luego se dijo que estaba cansado y que en adelante no iba a dejar que nadie, nunca más, le tomara por el pito de un sereno.









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