(Tema La barbería en Tintero Virtual - relato)
Los cristales sucios apenas dejaban pasar la luz.
Había manchas en el techo de la habitación y las sábanas de la cama fueron
blancas algún día; hoy eran de un color indefinible y estaban arrugadas.
Ramiro salió del baño desnudo. Su cuerpo era un
saco de huesos, vello y piel marchita y en sus ojos había un punto de tristeza.
Echó una ojeada a la cama, pensó que ya la haría y salió a la pequeña sala.
Tenía pocos muebles: una butaca raída de aspecto confortable, una lámpara para
leer, (adoraba la lectura, especialmente las novelas de terror), una mesa
antigua, dos sillas y un armario pequeño con una televisión encendida: La bolsa se desploma, el Papa viaja a Polonia,
el Madrid pierde 1-2 en el partido de ida, se busca al asesino de Mireia
Lozano. Echó una ojeada y vio la fotografía de una joven sonriente.
Para empezar el día solía mirar si su vecina
estaba cotilleando. Entonces se paseaba por la sala, con la ventana abierta a
propósito, desnudo y dejando que su pene se balanceara, para escandalizarla y
también, porque aquella tontería le ponía un poco cachondo.
Para su trabajo era preciso ser pulcro y oler
bien. Viéndole salir a la calle de punta en blanco, nadie imaginaría que era un
desastre en su casa. La barbería estaba tres calles más arriba. Tenía el suelo
de florcitas amarillas mezcladas con otras azules y una pared totalmente
forrada de espejos relucientes. Trataba a sus clientes con mucha prosopopeya.
Cortaba el pelo a navaja, depilaba cejas y vellos en narices y orejas y de vez
en cuando teñía las canas de algún presumido que desease parecer más joven.
La especialidad de la barbería de Ramiro, la que
atraía a más clientes, era el rasurado de la barba. Este servicio cada vez se
solicitaba menos, pero aún quedaban sibaritas que disfrutaban recostados en el
sillón, con la cara envuelta en un paño templado, relajados y sin prisa. Aquel
hombre le pareció extraño y además sucio. Traía una barba descuidada, de pelo
crespo, rizado y pegajoso. El cabello largo, las cejas hirsutas. No había
pisado una barbería en mucho tiempo.
Se sentó cómodamente en el asiento. Con voz ronca
dijo: Completo y cerró los ojos
dispuesto a dejarse hacer. Ramiro recortó el cabello y arregló la barba
cuidadosamente, pues había observado que, bajo el pelo, asomaba una horrible
cicatriz que atravesaba su mejilla. El cliente abrió los ojos, inyectados en
sangre y bruscamente, le inmovilizó el brazo.
—Es
suficiente, gracias, quiero la cicatriz cubierta.
Una semana o dos después Ramiro lo había
olvidado. Aquel día bajó la gradulux de la puerta de entrada, puso el cartel de
cerrado y se dedicó a limpiar para irse pronto a casa. Estaba cansado.
De espaldas a la puerta, frotaba las encimeras. Entonces
vio a aquel hombre a su espalda, reflejado en el espejo. Pudo sentir su aliento
cálido acariciándole la nuca. Le miraba fijamente. Extendió sus brazos como si
fuera a abrazarle, tomó su cabeza con las dos manos y la volteó hasta que sonó
un ¡crack! siniestro. Ramiro cayó al suelo con una mueca de sorpresa en el
rostro.
Y salió tranquilamente del local, perdiéndose en la noche.
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