sábado, 13 de mayo de 2017

La cicatriz










 (Tema La barbería en Tintero Virtual - relato)


Los cristales sucios apenas dejaban pasar la luz. Había manchas en el techo de la habitación y las sábanas de la cama fueron blancas algún día; hoy eran de un color indefinible y estaban arrugadas.
Ramiro salió del baño desnudo. Su cuerpo era un saco de huesos, vello y piel marchita y en sus ojos había un punto de tristeza. Echó una ojeada a la cama, pensó que ya la haría y salió a la pequeña sala. Tenía pocos muebles: una butaca raída de aspecto confortable, una lámpara para leer, (adoraba la lectura, especialmente las novelas de terror), una mesa antigua, dos sillas y un armario pequeño con una televisión encendida: La bolsa se desploma, el Papa viaja a Polonia, el Madrid pierde 1-2 en el partido de ida, se busca al asesino de Mireia Lozano. Echó una ojeada y vio la fotografía de una joven sonriente.

Para empezar el día solía mirar si su vecina estaba cotilleando. Entonces se paseaba por la sala, con la ventana abierta a propósito, desnudo y dejando que su pene se balanceara, para escandalizarla y también, porque aquella tontería le ponía un poco cachondo.

Para su trabajo era preciso ser pulcro y oler bien. Viéndole salir a la calle de punta en blanco, nadie imaginaría que era un desastre en su casa. La barbería estaba tres calles más arriba. Tenía el suelo de florcitas amarillas mezcladas con otras azules y una pared totalmente forrada de espejos relucientes. Trataba a sus clientes con mucha prosopopeya. Cortaba el pelo a navaja, depilaba cejas y vellos en narices y orejas y de vez en cuando teñía las canas de algún presumido que desease parecer más joven.

La especialidad de la barbería de Ramiro, la que atraía a más clientes, era el rasurado de la barba. Este servicio cada vez se solicitaba menos, pero aún quedaban sibaritas que disfrutaban recostados en el sillón, con la cara envuelta en un paño templado, relajados y sin prisa. Aquel hombre le pareció extraño y además sucio. Traía una barba descuidada, de pelo crespo, rizado y pegajoso. El cabello largo, las cejas hirsutas. No había pisado una barbería en mucho tiempo.

Se sentó cómodamente en el asiento. Con voz ronca dijo: Completo y cerró los ojos dispuesto a dejarse hacer. Ramiro recortó el cabello y arregló la barba cuidadosamente, pues había observado que, bajo el pelo, asomaba una horrible cicatriz que atravesaba su mejilla. El cliente abrió los ojos, inyectados en sangre y bruscamente, le inmovilizó el brazo.

—Es suficiente, gracias, quiero la cicatriz cubierta.

Cuando salió del local, el barbero pudo sentir los fríos ojos de aquel hombre clavados en los suyos.
Una semana o dos después Ramiro lo había olvidado. Aquel día bajó la gradulux de la puerta de entrada, puso el cartel de cerrado y se dedicó a limpiar para irse pronto a casa. Estaba cansado. 

De espaldas a la puerta, frotaba las encimeras. Entonces vio a aquel hombre a su espalda, reflejado en el espejo. Pudo sentir su aliento cálido acariciándole la nuca. Le miraba fijamente. Extendió sus brazos como si fuera a abrazarle, tomó su cabeza con las dos manos y la volteó hasta que sonó un ¡crack! siniestro. Ramiro cayó al suelo con una mueca de sorpresa en el rostro.

Lo siento —dijo el asesino— pero no puedo arriesgarme a que hables más de la cuenta.

Y salió tranquilamente del local, perdiéndose en la noche.





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