martes, 25 de junio de 2019

Atrévete



(Tras la puerta)








Estuve toda la noche sin poder dormir. Quién duerme si, a los treinta y cinco años, tienes que decidir si cambias tu vida al cien por cien o si sigues en ese espacio de rutina y comodidad en el que vives. Pensaba que ya era mayor para aventuras, pero por otra parte no lo suficiente como para no arriesgar y cambiarlo todo. Lo primero sería mi relación con Sonia. Ella no iba a entenderlo, era demasiado urbanita, no podría prescindir de todas las comodidades de una gran ciudad y además tenía un buen trabajo que difícilmente querría dejar. Tampoco íbamos a sufrir, nuestra relación nunca había sido demasiado seria. Esto me hacía pensar en mi miedo al compromiso ¿cómo creía que iba a poder con el que pretendía asumir?

Permanecí parado delante de la puerta. Estaba paralizado por el miedo. Iba a cortar con mi vieja vida de un plumazo. En cuanto llegáramos a un acuerdo todo iba a ser diferente. ¿Mejor? No sabía la respuesta. Cogí el picaporte con una mano y con la otra traté de tocar para pedir permiso para entrar. El puño quedó suspendido en el aire, algo tiraba de mí brazo hacia atrás y alguien, en mi cabeza, me repetía: estás loco, tienes el mejor trabajo, todas las comodidades y una chica preciosa ¿Te acostumbrarás a vivir solo con lo necesario? Un escalofrío recorrió mi espalda de arriba abajo haciéndome temblar. Por fin abrí la puerta y muy despacio, tembloroso aún, comuniqué a mi jefe que dejaba mi puesto y que me iba. Le costó entender lo que significaba lo que le estaba diciendo, luego me asedió a preguntas, pero no pensaba contestar a ninguna. O tal vez solo a las necesarias. Lo que iba a hacer no podría entenderlo nunca y no sé si ni siquiera respetarlo. 

Esta vez atravesé la puerta de salida del despacho, la de la empresa, la de casa y la de mi vida rutinaria, vacía, sin más sentido que vivirla bien. Una semana después subí a mi furgoneta camperizada y me puse en camino. 

No sé a dónde voy, solo viajo por carreteras y lugares desconocidos. Me siento libre, feliz como nunca lo he sido, no necesito nada especial, vivo en mi furgo y me paro cuando quiero. He conocido a gente estupenda, muchos me han sorprendido por su sabiduría. Ahora sé que aún quedan personas que te ayudan generosamente y no hay nada comparable a una puesta de sol en el horizonte, con el mar en calma, sentado en mi furgón, cenando un huevo frito y un tomate maduro y sabroso.

He alquilado mi piso a un amigo, no necesito más para vivir. Gasolina y lo necesario, pero si me hiciera falta, trabajaré en el campo o en cualquier otra tarea. Todo lo que antes me parecía imprescindible ahora lo veo superfluo. Cuando no se tiene demasiado se aprecia más lo poco que se posee. 

Pedí que pusieran la cama en la parte de atrás de la camper; cuando me siento en ella, contemplo el paisaje a través del portón abierto. El silencio duele en los oídos, la luz se difumina con el paso de las horas, estoy aquí solo, perdido en medio de la Naturaleza y sé que hice bien y pienso que si me he equivocado siempre habrá más puertas que atravesar.





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