(Tras la puerta)
Estuve toda la noche sin poder dormir. Quién
duerme si, a los treinta y cinco años, tienes que decidir si cambias tu vida al
cien por cien o si sigues en ese espacio de rutina y comodidad en el que vives.
Pensaba que ya era mayor para aventuras, pero por otra parte no lo suficiente como
para no arriesgar y cambiarlo todo. Lo primero sería mi relación con Sonia.
Ella no iba a entenderlo, era demasiado urbanita, no podría prescindir de todas
las comodidades de una gran ciudad y además tenía un buen trabajo que
difícilmente querría dejar. Tampoco íbamos a sufrir, nuestra relación nunca
había sido demasiado seria. Esto me hacía pensar en mi miedo al compromiso
¿cómo creía que iba a poder con el que pretendía asumir?
Permanecí parado delante de la puerta. Estaba
paralizado por el miedo. Iba a cortar con mi vieja vida de un plumazo. En
cuanto llegáramos a un acuerdo todo iba a ser diferente. ¿Mejor? No sabía la
respuesta. Cogí el picaporte con una mano y con la otra traté de tocar para
pedir permiso para entrar. El puño quedó suspendido en el aire, algo tiraba de
mí brazo hacia atrás y alguien, en mi cabeza, me repetía: estás loco, tienes el mejor trabajo, todas las comodidades y una chica preciosa
¿Te acostumbrarás a vivir solo con lo necesario? Un escalofrío recorrió mi
espalda de arriba abajo haciéndome temblar. Por fin abrí la puerta y muy
despacio, tembloroso aún, comuniqué a mi jefe que dejaba mi puesto y que me
iba. Le costó entender lo que significaba lo que le estaba diciendo, luego me
asedió a preguntas, pero no pensaba contestar a ninguna. O tal vez solo a las
necesarias. Lo que iba a hacer no podría entenderlo nunca y no sé si ni
siquiera respetarlo.
Esta vez atravesé la puerta de salida del
despacho, la de la empresa, la de casa y la de mi vida rutinaria, vacía, sin
más sentido que vivirla bien. Una semana después subí a mi furgoneta
camperizada y me puse en camino.
No sé a dónde voy, solo viajo por carreteras
y lugares desconocidos. Me siento libre, feliz como nunca lo he sido, no
necesito nada especial, vivo en mi furgo y me paro cuando quiero. He conocido a
gente estupenda, muchos me han sorprendido por su sabiduría. Ahora sé que aún
quedan personas que te ayudan generosamente y no hay nada comparable a una puesta
de sol en el horizonte, con el mar en calma, sentado en mi furgón, cenando un
huevo frito y un tomate maduro y sabroso.
He alquilado mi piso a un amigo, no necesito
más para vivir. Gasolina y lo necesario, pero si me hiciera falta, trabajaré en
el campo o en cualquier otra tarea. Todo lo que antes me parecía imprescindible
ahora lo veo superfluo. Cuando no se tiene demasiado se aprecia más lo poco que
se posee.
Pedí que pusieran la cama en la parte de
atrás de la camper; cuando me siento en ella, contemplo el paisaje a través del
portón abierto. El silencio duele en los oídos, la luz se difumina con el paso
de las horas, estoy aquí solo, perdido en medio de la Naturaleza y sé que hice
bien y pienso que si me he equivocado siempre habrá más puertas que atravesar.

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