Desde niño a Pablo le gustaba volar la cometa en la playa, mientras tanto su abuelo le vigilaba leyendo sentado en su silla, bajo el gran paraguas amarillo que servía para el sol y para la lluvia.
La vieja casa familiar era un desastre, lo mismo veías una gallina por la sala cloqueando que a Rambo, el gato negro de su abuela, tumbado sobre la ropa recién lavada tendida sobre la hierba.
Pero el más feliz era su padre. Pasaba las horas metido en su taller ordenando herramientas: un tornillo aquí otro allá, según la medida.
Aún recordaba la voz de su madre ofreciéndoles un vaso de limonada helada.
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