...De noche te alisabas el
cabello
y yo me dormía pensando en él
...
La habitación
estaba en sombras, el suelo cubierto por los tatamis, aquel aroma a pachulí
mezclado con matices florales y de fondo la música suave y misteriosa
acompañando la voz del hombre que dirigía la sesión. Tumbados en la alfombra debían
dejarse llevar por el ambiente sereno y espiritual, el cuerpo relajado, la
respiración profunda, imaginando espacios de gran belleza y tranquilidad, los
ojos cerrados tratando de dejar la mente en blanco, sin pensar... sin pensar en
nada, sin recordar... solo pendientes de las piernas que se relajan, de los
brazos que pesan, tratando de distender la boca, de no apretar los párpados.
Dejaros llevar,
decía el maestro, si algún pensamiento os asalta, alejadlo de vuestras mentes,
pasad a un estado de relajación más y más profundo, donde todo está bien y nada
os puede hacer daño. Si abrierais los ojos (no lo hagáis) podríais ver todas
vuestras preocupaciones saliendo de vuestros cuerpos para alejarse y no volver.
Le
pesaba el cuerpo, este permanecía pegado al suelo como si hubiera echado
raíces, raíces profundas que no le permitían despegar. Había pensando en un lugar
idílico, con árboles frondosos a través de cuyas ramas se filtraban rayos de
sol, que se sumergían en las limpias aguas de un pequeño lago. Había tratado su
cuerpo con mimo buscando un momento de paz, por lo menos un momento. Pero no
conseguía dominar su mente, siempre había sido así. Ver las cosas tan claras no
era un regalo, todo lo contrario y seguramente ese era su problema.
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