miércoles, 22 de agosto de 2018

Tú, yo... nosotros, vosotros...












Hay dos clases de personas solas, las que se refugian en su soledad y las que buscan la cercanía de los otros, solitarios o no. 

Pepa preparó la bolsa y la sombrilla, recogió la silla y se fue a la playa. A aquella hora apenas unos cuantos paseaban por la orilla o leían el periódico protegiéndose con sus viseras, ella solía caminar una media hora, pero ese día no tenía ganas. Había amanecido con esa sensación de nostalgia que ya conocía y quería estar tranquila. 

Aunque tenía los ojos cerrados le oyó llegar, también abrir su silla y sacudir la toalla. Luego miró a través de las pestañas y le vio. Podría ir más lejos, pensó, hay sitio de sobra. Hizo como si no se diera cuenta; a través de los ojos entornados siguió los movimientos del hombre hasta que, por fin, acabó sentándose cómodamente y se dedicó a mirar el mar.
Estuvieron así más de media hora, luego él dijo:

— ¡Qué mañana tan preciosa! ¿No le parece?
— Sí —respondió Pepa— la verdad que sí

A esto siguió otra media hora de silencio y de miradas furtivas. El hombre tendría unos setenta y cinco años, o tal vez más. Estaba muy bronceado, así que le gustaba el sol, el pelo blanco algo rizado, las cejas gruesas y los ojos vivarachos. Le pareció que tenía aspecto de buena persona. Volvió a hablarle y ella le contestó cortésmente, fueron frases hechas, intrascendentes, como esas que suelen iniciar las conversaciones entre desconocidos.

Al día siguiente Pepa volvió a la playa como todos los días del verano, ocupó su sitio, el de siempre, pero esta vez miró alrededor a ver si él estaba por allí. Le vio acercarse desde las escaleras de acceso a aquella parte de la playa y colocar su silla en el mismo lugar que la víspera. Esta vez no esperaron tanto para saludarse y hacer comentarios sobre el tiempo y el dormir mal por culpa del calor. Una hora después una vecina de la urbanización de Pepa se aproximó a ellos y se sentó cerca. Tres días después ya eran cinco y a veces seis, agrupados como una organización de otoñales, charlando animadamente. 

En la otra punta de la playa, las cuadrillas de jóvenes hacían círculos sentados en la arena y se perseguían unos a otros hasta llegar al agua para darse un baño. De vez en cuando pasaban frente a aquel grupo de 'abueletes' y se reían con más cariño que burla.

—No te preocupes, hija —decía Pepa—estoy muy bien, hace muy buen tiempo y bajo todos los días a la playa. No, no me importa, así tengo toda la casa para mí, disfruta las vacaciones, anda, en realidad no estoy sola.

¿Qué dices mamá?
— No te preocupes, cuando vuelvas te lo contaré.






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