domingo, 7 de julio de 2019

El anuncio

(Equívocos)









Pensaba en la discusión que acababa de tener con Renzo. Una gran bronca. Era suficiente. Esta vez cogió cuatro cosas y se fue de casa.

— No te necesito para nada, prefiero pasar calamidades a seguir aguantándote.

— ¿Qué vas a hacer por ahí, tu sola, si no eres más que una inútil? —le había contestado él


El anuncio en la farola decía: Se busca chica para todo, interna, dispuesta a trabajar semana completa. Cogió el número de teléfono y lo guardó en el bolsillo. Buscaría trabajo, aquella oferta podría convenirle. Si era interna, habría que cuidar a alguna persona mayor. Sueldo y pocos gastos y en un lugar discreto. Era lo que necesitaba para que Renzo no pudiera encontrarla.
  
La casa era grande, cuidada y un poco clásica. La acompañaron hasta un despacho donde la esperaba un hombre de mediana edad. Se estudiaron mutuamente. Iba vestido con un pijama holgado, estaba muy elegante. Le hizo varias preguntas, algunas bastante personales; mientras hablaban se dedicó a observarle: parecía triste o quizá estuviera enfermo. No se movió del asiento en ningún momento. Le habló de cuál sería su sueldo, cuándo dispondría de tiempo libre y le animó a que hiciera preguntas. Tenían servicio externo que se cuidaba de las labores, ella debía atenderle solo a él en todo lo que necesitara. Había autoridad en su voz, estaba acostumbrado a que le obedecieran.

Le dio vueltas en la cabeza, aquello, quizá era demasiado bueno para ser verdad, pero no tenía a dónde ir y poco dinero. Viviría en una casa cómoda y tendría un jefe que, a simple vista, parecía agradable.  Por qué tenía que pensarlo tanto, le convenía, era lo que necesitaba y si las cosas no iban bien, siempre podría dejarlo. Él se llamaba Jacinto Lacunza. Debía llamarle por su apellido, sin más. Le explicó someramente lo que esperaba de ella, indicándole que, poco a poco, se iría enterando y adaptando a todas sus obligaciones. Esperó lo justo para que ella se encontrara a gusto y entonces le explicó cuáles serían estas.

— ¿Te sorprendes?  —Preguntó con curiosidad— Creía que en el anuncio había quedado claro lo que buscaba. Más, cuando has podido comprobar que no te exijo demasiado. Ya te lo aclaré en la entrevista, otra persona limpiaría y tú te encargarías de todas mis necesidades.
Ella retrocedió incómoda y vio la sorpresa y la decepción dibujada en la cara del hombre. Durante toda la noche pensó en lo que le había dicho y en lo que ella estaba dispuesta a hacer. Si se negaba perdería un buen sueldo, un lugar donde vivir y sentirse segura. Se durmió de madrugada. Ya había tomado una decisión. Estaba cansada. Nada había resultado sencillo, nada era como lo pensó al salir de su país.

Lo vio por primera vez tal como era: avergonzado, tratando de que lo que sucedería pasara rápido, mostrando lo mínimo su cuerpo; a la vez parecía relajado, como si se hubiera quitado un peso de encima. Aún así no estaba a gusto. Sumergido en el agua jabonosa de su bañera se dejaba hacer como un niño pequeño, mirando a la pared de azulejos, sin levantar la vista para no verla. Luego dejó resbalar las palabras lentamente:

— Sufrí un accidente horrible. Salí de él abrasado, como ves, me costó mucho recuperarme y ha sido muy doloroso, física y psicológicamente. No quiero que nadie se compadezca de mí, no quiero esa clase de sexo que va y viene por dinero, ni una mujer que se quede por obligación a mi lado. Pero necesito todo eso que no quiero. Ahora ya sabes por qué estás aquí. No te pediré mucho, soy un hombre que pide y espera poco, que solo busca contacto humano y un poco de satisfacción sexual. Si deseas dejarlo ahora o en cualquier momento lo entenderé. En su cara se podía leer un gesto de súplica desesperada. Y ella no pudo ignorarlo.




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