(Equívocos)
Pensaba en la discusión que acababa de tener con Renzo. Una gran
bronca. Era suficiente. Esta vez cogió cuatro cosas y se fue de casa.
— No te necesito para nada, prefiero pasar calamidades a seguir aguantándote.
— ¿Qué vas a hacer por ahí, tu sola, si no eres más que una inútil? —le había contestado él
El anuncio en la farola decía: Se busca chica para todo, interna, dispuesta a trabajar semana completa.
Cogió el número de teléfono y lo guardó en el bolsillo. Buscaría
trabajo, aquella oferta podría convenirle. Si era interna, habría que
cuidar a alguna persona mayor. Sueldo y pocos gastos y en un lugar
discreto. Era lo que necesitaba para que Renzo no pudiera
encontrarla.
La casa era grande, cuidada y un poco clásica. La acompañaron hasta
un despacho donde la esperaba un hombre de mediana edad. Se estudiaron
mutuamente. Iba vestido con un pijama holgado, estaba muy elegante. Le
hizo varias preguntas, algunas bastante personales; mientras hablaban se
dedicó a observarle: parecía triste o quizá estuviera enfermo. No se
movió del asiento en ningún momento. Le habló de cuál sería su sueldo,
cuándo dispondría de tiempo libre y le animó a que hiciera preguntas.
Tenían servicio externo que se cuidaba de las labores, ella debía
atenderle solo a él en todo lo que necesitara. Había autoridad en su
voz, estaba acostumbrado a que le obedecieran.
Le dio vueltas en la cabeza, aquello, quizá era demasiado bueno para
ser verdad, pero no tenía a dónde ir y poco dinero. Viviría en una casa
cómoda y tendría un jefe que, a simple vista, parecía agradable. Por
qué tenía que pensarlo tanto, le convenía, era lo que necesitaba y si
las cosas no iban bien, siempre podría dejarlo. Él se llamaba Jacinto
Lacunza. Debía llamarle por su apellido, sin más. Le explicó someramente
lo que esperaba de ella, indicándole que, poco a poco, se iría
enterando y adaptando a todas sus obligaciones. Esperó lo justo para que
ella se encontrara a gusto y entonces le explicó cuáles serían estas.
— ¿Te sorprendes? —Preguntó con curiosidad— Creía que en el anuncio
había quedado claro lo que buscaba. Más, cuando has podido comprobar que
no te exijo demasiado. Ya te lo aclaré en la entrevista, otra persona
limpiaría y tú te encargarías de todas mis necesidades.
Ella retrocedió incómoda y vio la sorpresa y la decepción dibujada en
la cara del hombre. Durante toda la noche pensó en lo que le había
dicho y en lo que ella estaba dispuesta a hacer. Si se negaba perdería
un buen sueldo, un lugar donde vivir y sentirse segura. Se durmió de
madrugada. Ya había tomado una decisión. Estaba cansada. Nada había
resultado sencillo, nada era como lo pensó al salir de su país.
Lo vio por primera vez tal como era: avergonzado, tratando de que lo
que sucedería pasara rápido, mostrando lo mínimo su cuerpo; a la vez
parecía relajado, como si se hubiera quitado un peso de encima. Aún así
no estaba a gusto. Sumergido en el agua jabonosa de su bañera se dejaba
hacer como un niño pequeño, mirando a la pared de azulejos, sin levantar
la vista para no verla. Luego dejó resbalar las palabras lentamente:
— Sufrí un accidente horrible. Salí de él abrasado, como ves, me
costó mucho recuperarme y ha sido muy doloroso, física y
psicológicamente. No quiero que nadie se compadezca de mí, no quiero esa
clase de sexo que va y viene por dinero, ni una mujer que se quede por
obligación a mi lado. Pero necesito todo eso que no quiero. Ahora ya
sabes por qué estás aquí. No te pediré mucho, soy un hombre que pide y
espera poco, que solo busca contacto humano y un poco de satisfacción
sexual. Si deseas dejarlo ahora o en cualquier momento lo entenderé. En
su cara se podía leer un gesto de súplica desesperada. Y ella no pudo
ignorarlo.
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