jueves, 18 de julio de 2019

Qué me pasa doctor





(Zona de confort)




Bajada de la Red






— Fue desde el primer día, se lo aseguro. Con aquellos modales educados, un poco atlético y siempre sonriente. Creo que tuvimos un flechazo. Me miró, le miré y todo lo demás sucedió como era de esperar. Por eso no sé cómo hemos llegado a esto, le aseguro que si seguimos así acabaré enfermando o puede que lo haya hecho ya.

— ¿Desde cuándo se siente así?

—No podría asegurarlo, puede que cuando le ofrecieron la delegación de Madrid y él dijo que no había nada especial en la capital, un poco más de dinero y mucho más trabajo; prefería quedarse en la central, se encontraba a gusto. O quizá cuando dejó de acompañarme a los conciertos a los que solíamos acudir juntos, para quedarse en casa con sus maquetas de barcos. Me asusté bastante cuando dejamos de viajar y comenzamos a ir a nuestra casa del pueblo. Decía que era muy incómodo y hasta peligroso ir de viaje tal como estaban las cosas por el mundo. Pero ahora me asusta más que me dé lo mismo todo esto, que he acabado encontrándome a gusto sentado en el jardín del adosado, leyendo a la sombra y tomando una cerveza. Le miro y parece tan feliz que me da pena fastidiarle.

— ¿Usted no suele viajar solo o hace otras cosas, aunque él no le acompañe?

— Sí, sí. Al principio sí, claro. Pero, sin darme cuenta me he encontrado sentado en el sofá viendo la televisión o jugando al solitario en la computadora, no he hecho ninguno de los cambios que pensaba hacer en mi bar ¿Para qué? me digo, tampoco está mal como está, me gusta a pesar del tiempo
transcurrido y a la gente también. No me compensa meterme en gastos.

— ¿Le parecen graves estas cosas, siente que son un problema serio?

— Quizá si fuera eso solo podría llevarlo, pero es que hemos entrado en una espiral de comodidad en nuestra vida íntima que me preocupa. La misma rutina, el mismo día a la misma hora, cuando le digo que debiéramos ponerle un poco de chispa, me dice que si no me gusta ya como lo hacemos. ¡Por Dios! claro que sí, pero seguro que me gustaría más con un poco de imaginación. Empiezo a sentirme deprimido, me da por pensar cosas raras. Quizá me está engañando con otro, entre nosotros ya no hay ilusión. Tal vez es por eso que no quiere ir a Madrid, para no alejarse de él. Pero le conozco y luego me digo que nunca me haría una cosa así y si lo hubiera hecho me lo habría confesado. Le miro sentado delante de la tele viendo el partido, siempre con el mismo corte de pelo hecho en la misma peluquería, cortando el filete a pedacitos bien medidos, todos iguales, para ensartarlos con el tenedor junto a una patata frita. Alguna noche le digo que tomemos una copa de vino, pongamos música lenta y bailemos en la terraza. Se ríe muy divertido: ¿qué van a decir los vecinos? ¿Qué vecinos? le pregunto, estos adosados van uno contra el otro. Y además qué nos importa. Hagamos algo diferente. Vayamos a comer una paella de bogavante a la Isla y nos quedamos a dormir en ese hotelito con encanto.

— ¿Ha probado a irse solo?

— ¿Para qué quiero irme solo? Me da pereza. ¿Qué hago por ahí? En realidad la casa de la playa es muy agradable. Solemos comentar lo bien que se está en ella y lo bonito que es el pueblo. Qué necesidad hay de ir de acá para allá. Si al final me voy a convencer de que la nuestra es una buena vida, tal vez es lo normal después de un tiempo de convivencia. Eso que llamamos rutina. Si las cosas están bien así para qué cambiarlas, me digo. Pero, a veces, no estoy tan seguro de todo esto, entonces es cuando me pregunto si tengo miedo de cambiar algo. Si este temor se debe a la diferencia de años entre los dos. Pero ¿quiero vivir en medio de esta seguridad, de este acomodarse para no salir de la zona de confort de nuestras vidas y afrontar pequeñas o grandes aventuras?

— Diría que lo tiene usted bastante claro...

— No, nada claro. El problema es que mi nuevo barman flirtea conmigo y me gusta mucho...






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