viernes, 17 de enero de 2020

La Salve














Si eres de Bilbao de toda o casi toda la vida recordarás lo que había que andar para ir de una a otra orilla de la ría. Ahora me alegro yo de que, después de la sequía de puentes, tengamos varios y de que, incluso, piensen hacer uno bajo el agua del Nervión, que ya se encuentra atravesado por un túnel, por donde circula el metro de una margen a la otra. Como decía, ahora paseas por el Puente Euskalduna y en un pis pas estás en Deusto, o por el que llamamos de Deusto, con carácter, que se abría en vertical para facilitar el tráfico fluvial y que ha visto tantas luchas de clase durante la reconversión industrial. En otro momento puede que escriba sobre mis recuerdos de este puente tan querido por los bilbaínos. Aún hay otros, algunos de toda la vida, otros más modernos, pero todos se asoman a las limpias aguas de la ría y al atravesarlos despacio invitan a contemplarlas y disfrutarlas.

Yo quería hablar hoy del que seguramente es el más conocido por la gente que nos visita, le llamamos el Puente de La Salve y se encuentra semiabrazado al museo Guggenheim y no sé quién realza a quién. En realidad es una salida de la ciudad hacia Begoña y zonas del extrarradio, que pasa sobrevolando el agua y que proporciona una magnífica vista panorámica del Museo y todo su entorno, como bien saben los turistas que hacen por allí sus fotos.


Leía hoy que llamamos La Salve a ese puente desde 1972 más o menos, por que se da la circunstancia de que al pasar por él se ve la Basílica de la amatxu de Begoña y los marineros, cuando entraban al puerto para descargar sus mercancías, paraban la faena y boina en mano, rezaban la salve mirando a la iglesia en lo alto. Esa es una versión, pero no la única.  Hay otra que cuenta que en el siglo XIX las aldeanas de Deusto y su entorno caminaban por el Campo Volantín en dirección al Casco Viejo y que cuando llegaban a la Plaza que se nombró de la Salve, justo bajo donde ahora están los grandes pilares del puente, paraban a rezar porque, también desde allí se ve la Basílica. Y si podían vendían sus productos. Seguramente ambas son ciertas.

Me gustan estas historias, Bilbao está llena de pequeñas y grandes anécdotas sobre lo que acontecía en la Villa en otros tiempos y que son las cosas que le dan su carácter.




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