domingo, 15 de marzo de 2020

CORONA... virus













El silencio trepa por la pared del edificio y se instala en la azotea, cada hoja de los pequeños árboles que dan sombra y de las plantas que llenan de primavera el aire es como un milagro de algo escondido en los recuerdos. Las calles vacías, acá y allá alguien que se resiste, o que vuelve del trabajo, bastantes paseando a sus mascotas, todos preocupados por lo que sucede, temiendo al que se aproxima más de lo establecido y añorando aquello de lo que nos quejábamos hasta hace poco cuando debíamos salir corriendo para acudir a nuestras obligaciones.

Todo esto lo he visto hoy porque la mañana ha amanecido soleada y como casi siempre, aunque llueva, he salido a ver si el mundo sigue ahí, si no se ha perdido el curso de las cosas, si lo que es razonable, de fundamento impone sus normas. El silencio, como digo, ha trepado a mi terraza y con él el canto de los pájaros y el ladrido de los perros desde la cima del Arraiz. Cuando anochecía ayer oí cantar a un mirlo, no me lo creí, aún falta para la primavera y escucho la vida, puedo oírla y respirar el aire sin el ahogo del polvo que baila en él. 

¿Puede haber algo bueno en una situación como la que estamos viviendo? Puede que sí, pero no es fácil darse cuenta. 

Cuando esta mañana el silencio trepaba por la fachada de mi casa, yo recordaba otras mirando por la ventana del camarote en verano. Desde allí arriba podía contemplar la Yosa cargada de mazorcas de maíz madurando y las vacas pastando en las laderas de los montes jugosa hierba, haciendo planes para ir a la playa en bicicleta. También escuchaba cantar a los pájaros y los perros ladraban detrás de las ovejas y el mundo, mi universo, era perfecto e invitaba a vivirlo apasionadamente.






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