Quédate en casa
Tengo una sensación extraña, es como si
estuviera viviendo en otra dimensión o quizá en un sueño. Ya podría ser verdad,
pero no lo es. Un día más miro por la ventana al levantarme y veo la calle
vacía. El sol al salir se refleja en la casa de enfrente. Es un edificio de
pisos como el mío del que nos separa una avenida de grandes aceras con árboles
que aún no despiertan del invierno y bancos grandes y pequeños que son como
fantasmas en los que nadie cree. ¿Qué voy a hacer hoy? Son ya ocho o diez días,
no sé, he perdido la cuenta, que no salgo de aquí. Ya he limpiado mi casa, ya
he dibujado, pintado mandalas, leído dos libros, hablado con amigos a los que
había perdido de vista hace tiempo. He hecho videoconferencias con todos los de
mi familia, los cercanos y los lejanos porque todos dicen que mejor no me ponga
en contacto con nadie directamente. Soy un ser delicado que se rompe fácilmente
y no conviene tentar a la suerte.
Salgo a la terraza, voy caminando de un lado
a otro, tengo suerte porque es grande y alargada. Suelo caminar quince minutos
seguidos, a la tarde otros quince. Según me dicen esto es imprescindible y que
monte en la estática también. Le he cogido el punto a lo de la terraza porque
vivo rodeada de verdes montes y puedo verlos a cada paso que doy y se respira
bien, puro, se nota que no circulan coches apenas.
He hablado del edificio de enfrente porque
siempre ha sido una casa misteriosa, de persianas semicerradas y balcones oscuros.
Nunca se veía a nadie. Por la mañana le da el sol y aunque madrugues, ahora
siempre hay alguien asomado al ventanal o sentado en uno de ellos, algunos
leyendo el periódico. Así voy conociendo a los vecinos, bueno es un decir. En
el primero hay un bebé, sus aitas lo colocan cerca de la ventana abierta para
que le dé el sol. Más arriba viven un grupo de chicas que parecen latinas, se
pasan el día limpiando cristales y de paso tomando el aire. Y así hasta llegar
al último piso donde vive un señor que parece mayor, aunque vete a saber,
porque yo empiezo a ver regular de lejos. Barre la terraza!!! Me ha hecho
gracia verle con la escoba en la mano, no sé por qué, ahora los hombres son muy
hacendosos. Pero a él me parece que no le pega. El caso es que cuando salgo al
balcón miro a ver si está. Creo que él hace lo mismo. A las ocho todos salimos
obedientemente a aplaudir, a encender y apagar la luz y algunos a tocar un
cencerro o tirar petardos. Es la gran fiesta, todos estamos esperando el
momento, muchos seguramente ven en ello, además de un gran homenaje, el punto
de referencia que da sentido a otro día de encierro.
Todo esto viene a tenor de que hoy he visto a
mi vecino atreverse a tomar el sol sin camiseta, o sea pecho al aire como si
estuviera en la playa. A lo mejor ha sido capaz de imaginarse allí. No, si al
final vamos a encontrar múltiples atractivos a nuestros hogares que
ignorábamos. Ah, por cierto, hoy con él también estaba su señora jajaja ya le
ha costado asomarse.
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