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Imagen subida de la Red |
El tic tac del reloj que heredé de mi abuela
suena atronador en medio del silencio. No consigo acostumbrarme a esta
especie de abandono general y sin embargo no me molesta en exceso. Todo reposa,
la calle sigue solitaria, apenas algunos caminan ligeros, alejándose de quien
se cruce con ellos. Ni siquiera sopla una brizna de aire, el ambiente es como
de plomo, pesado, espeso, adormecido por este silencio tan extraño en una ciudad
como esta.
De vez en cuando el clinc de la entrada de un
mensaje en el móvil se mezcla con el tic tac del reloj de mi abuela. Ya no
corro a leerlos. Ya sé que me mandarán abrazos y palabras de ánimo, chistes y
explicaciones para algo que no las tiene. Ahora no. Luego, cuando recobre la
certidumbre de que la vida sigue, que nada dura siempre y que esto tampoco
aunque ahora no lo parezca. El silencio invita a pensar pero ¿quiero hacerlo?
He recorrido ya el laberinto y apenas he encontrado la salida, para qué
recorrerlo de nuevo y perderme.
Mientras hacía un poco de ejercicio, dicen
que hay que moverse, me preguntaba si esto que está pasando es cierto o solo es
una falsa noticia que se mueve por los medios y que va engordando con el paso
de los días. No puedo aceptar este cambio súbito de todo lo que era normal
hasta ahora. Y sin embargo lo acepto, tengo que creer que está pasando y
adaptarme a vivir con ello.
Y luego llega la evidencia, la que te sitúa
en el lugar y el momento que te ha tocado vivir, te recuerda que este silencio
no es tal, que hay muchos tratando de respirar y no pueden y otros que se pasan
órdenes apresuradas intentando salvar vidas. Y que una amiga ha sido víctima de
esto que se llama Covid-19 y puede que no lo supere. Así que era verdad, está
ahí y es tan odioso como dicen.
1 comentario:
Claro, conciso, lírico, cercano, explícito, con pocas palabras y elegantes formas, definiste al "bicho".
Muchas gracias; Rosa garcia.
Escomo aire fresco el leer tus artículos.
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