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Querido, lo siento. Sé que últimamente te
tengo relegado que no olvidado, te lo prometo. Solo son las circunstancias por
la que estamos pasando y espero que me comprendas. Yo conocía de tu existencia,
bueno en realidad la de otros como tú. Los veía salir a la calle y pensaba que
eran buenos colegas y que su existencia era un regalo para aquellos a los que se
acercaban. Cuando me di cuenta de que necesitaba alguien que me acompañara y me
diera seguridad, pensé que tú serías perfecto para ello.
No creas que fue fácil,
había quien me preguntaba si estaba loca, otros decían que yo no tenía edad
para semejante aventura, que si empezaba ya no querría dejarte nunca, que a
veces resultabas muy incómodo. Menos mal que hubo quién me animo a quedarme
contigo: ¿tú quieres? pues no te preocupes de lo que piensen los demás. Como
suelo hacer siempre, sopesé los pros y los contras y decidí que iba a arriesgarme.
Te había visto una mañana muy tieso y hermoso en una tienda y pensé que
seguramente estarías todavía allí, así que me fui derecha a la estantería, te
cogí con las dos manos, sopesé, medí, analicé tu estructura, pregunté tu precio
y me quedé contigo. Y no me arrepiento nada, en absoluto. Es cierto que ya no
puedo prescindir de ti, eres perfecto porque me das seguridad, hasta puedes
defenderme si fuera necesario. Contigo voy a lugares alejados a los que no iría
sin ti, así que no puedo prescindir de tu presencia ¿quién me lo iba a decir?
Por eso me apena verte ahí en el paragüero,
mustio, solitario, esperando a ver si abro la puerta de la calle y te cojo en
mi mano, como hacía siempre y nos vamos por ahí. Pues no puede ser, querido
bastón, ya quisiera yo, pero es imposible. Pronto, pronto ten paciencia.
3 comentarios:
Muy hermoso relato.
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