Yo tenía un
muñeco pepón, me lo echaron los Reyes cuando era una cría. El cuerpo era de una
tela especial rellena de algo especial, pero la cabeza era de 'casco' tenía
unos preciosos ojos azules que se abrían y cerraban al moverlo, la piel
sonrosada, una nariz chatilla y una boca perfecta de labios entreabiertos; como
digo me lo pusieron los Reyes Magos una noche 5 de enero durante varios años.
El primero, mi muñeco vestía un precioso faldón de organza, con entredoses de
Valencienne y unos patucos de lana con pompón. El segundo le pusieron un
vestido corto de piqué blanco y un gorrito tipo marinero del mismo color. Pasó
sin descanso por un trajecito tejido de lana con preciosos dibujos en la
pechera. El último traje que recuerdo era un pantalón blanco con una camiseta blanca
a rayas azul marino y unos primorosos zapatos de charol negro.
Al principio
creía que cada año era un muñeco nuevo y estaba tan emocionada que jugaba con
él y no preguntaba por los otros. No sé cómo lo hacían en casa pero, el juguete
parecía recién estrenado y la ropita era preciosa, mejor que cualquiera que
pudiera llevar uno comprado en la tienda. La inocencia dura poco y una de las
primeras lecciones sobre la verdad y la mentira, la ilusión y la desilusión,
suele aprenderse pronto. Mi tía, hermana de mi padre, tenía unas manos de oro
(eso decía todo el mundo) lo mismo cocinaba, que planchaba con almidón y bucles,
que cosía y tejía preciosas ropas para niños; y para muñecos. Así que yo solo
veía la belleza del muñeco en su conjunto y no me paraba a pensar en nada más.
Cuando pillé a mis hermanos buscando en los armarios y supe que espiaban a los
Reyes, comprendí algunas cosas, entre ellas que debía haber sospechado algo, no
porque siempre era el mismo muñeco vestido distinto, sino porque siempre estaba
en el Belén a lado del delicioso plum-cake que cocinaba mi tía.
Ah! Por
cierto. Conservé a mi 'niño' hasta que mi hija tuvo un año y medio, más o menos
y muy contenta lo saqué de su caja (siempre lo guardé para esa ocasión) y se lo
di para que admirara lo precioso que era. Le metió un dedo en el ojo, luego en
el otro y la dejó ciega, se puso a llorar y a agitar a la criaturita y le
arrancó los brazos. Hice un ataúd con la caja de cartón y lo enterré en el
fondo del armario. Años después puse sus huesos en la basura.
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