lunes, 10 de agosto de 2020

Sin título

 

 

 

 

Por fin podía comprender algunas cosas que, hasta no hacía tanto le habían extrañado sobremanera. Apenas un lapsus de tiempo corto en el que la vida había dado un giro de noventa grados para deslizarse por la pendiente un poco más y otro poco más, cada vez más velozmente, como si hubiera necesidad de apurar y no desperdiciar el tiempo porque quedaba poco. Por fin su cabeza se había librado de preocupaciones que ya no le atañían. Una de las primeras cosas que había entendido era que no hacía falta tanto, de hecho se necesitaba poco para tenerlo todo, o casi todo. La casa estaba llena de pequeñas cosas distribuidas por estanterías y cajones que había que limpiar y ordenar, también eso lo había meditado: nadie ha muerto porque el polvo esté a gusto sobre los libros, los cuadros y las mesas que no se usan nunca. Podía dejarlo allí reposando varios días y no pasaba nada. Sabía que a nadie le importaba que ventilara la cama y bajara y subiera las sábanas y diera por acabado el trabajo. Lo difícil de esto era que le sobraba tiempo. Por eso quizá es por lo que las personas mayores van tan despacio, les sobra tiempo y lo ocupan con parsimonia y se acostumbran a esa especie de pereza que no es tal sino falta de entrenamiento.  

Estos pensamientos la habían llevado a otros: Miraba por la mañana al cielo y a la calle, por saber si llovería o saldría el sol. Miraba en la farmacia los grados que marcaba el reloj del anuncio, veía pasar al camión del ayuntamiento regando las calles y escuchaba cantar a los pájaros que vivían en los árboles de la avenida. También a las fachadas de las casas cercanas de ventanas cerradas y persianas bajadas, a las que no se asomaba nadie y en las que, a la noche, no se encendía ninguna luz. Algunos decían que se veía todo muy tranquilo y ella pensaba que se veía muerto. Si no hacía demasiado calor, a media mañana iban apareciendo personas mayores, con sus bastones o con caminar marchoso, veraniegos, limpios y tristes. Era una tristeza de esas que se ha esculpido en la cara con el correr de los años y que permanece ahí cuando creemos que nadie nos mira o cuando pasamos de disimular y somos nosotros mismos. Claro que también había algunos que aún eran risueños de verdad e iban por la calle como vendiendo su alegría o dando envidia a los demás. Lo más normal era que las caras se alegraran cuando alguien se acercaba y les dedicaba un momento de conversación y se interesaba por ellos, luego las bocas volvían a curvarse hacia abajo y los ojos se perdían en no se sabe dónde.

Había también algunos jóvenes esperando las vacaciones o desilusionados por que las suyas se habían acabado. Ellos tenían la solución para todos los problemas de sus padres, abuelos o amigos mayores: tienes que salir, ver gente, no te quedes en casa...  Claro, decirlo era fácil. Así y todo les hacían caso, por eso las calles estaban llenas de gente mayor a partir de una hora, si calentaba el sol más a primera hora, sino a media mañana. Y qué? ya estaban en la calle, ya les saludaba alguien y qué más? Caminar despacio hace que, o no llegues a ninguna parte o tardes el doble en llegar, pero así y todo iban y caminaban sin meta y sin objetivo, con la única razón de que lo decía el médico y todos los jóvenes y no tan jóvenes que conocían.

Por fin había comprendido la razón de la tristeza en los ojos de muchas personas mayores. Poco a poco la vida les había ido privando de todo lo que les 'pertenecía' los seres queridos, los buenos amigos, el trabajo, los compañeros, la salud, la vista que se cansaba al leer, el oído un poco torpe para escuchar la música en su totalidad, la memoria... Por dónde iba? Y otras cosas más personales de las que todos dicen que a su edad no les hacen falta. El esfuerzo diario para que todo esto no asome, para convencerse y convencer de que no pasa nada y eres feliz a pesar de todo es grande pero lo asumen como otra parte de la vida en la que seguir adelante es difícil, como lo ha sido siempre.  

 

Miraba una fotografía de mi madre, su cara era hermosa a sus noventa y nueve años, quería vivir aunque, a veces, estaba muy cansada. Sus ojos llenos de fuerza vital, estaban tristes, siempre los vi así pero no podía entender por qué. Ahora lo sé.

 

 

 

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