Imagen de la Red
Reconozco que yo no estaba preparada para aquello, no era nuevo solo para mí, era algo que pocos sabían cómo manejar y yo iba a aprender, sí o sí. Vinieron varios de aquellos economistas de nuevo cuño con sus diplomas recién estrenados y llenaron la oficina de papeles. Yo llevaba los asuntos de la caja, las nóminas y las entradas y salidas con una máquina calculadora, sumadora y demás que no era una maravilla pero yo la controlaba. Mi jefe era el que se encargaba de los asuntos de bancos, negocios y otras cosas. Desde el primer momento miró a aquellos jóvenes innovadores como si fueran el adelanto de lo que iba a ser una guerra. Trabajar con tanta ficha no era más que un incordio que no nos dejaba hacer nuestro trabajo. Yo acababa de terminar mis estudios y todo lo nuevo me parecía fascinante y los economistas muy 'monos' hasta que trajeron el monstruo. Hicieron de una sala hermosa dos piezas y en una, la más pequeña lo encerraron, sin luz natural, sin vida. Cuando me enteré que sería yo la encargada de manejarlo, me entró un miedo irracional. Era la primera computadora que yo veía, enorme, amenazante, llena de teclas y botones con notas en inglés (yo dominaba mejor el francés, como era lógico por el norte entonces) Y fichas, rollos perforados, una National de altas prestaciones.
Aprendí. Hacerlo me costó destemplar mis nervios y la inquina de mi jefe que pensó que amenazaba su puesto y empezó a hacerme en todo, lo que ahora llaman bowling y yo llamaba mala leche. Sobreviví a todo ello. Ahora recuerdo el suceso y sigo enganchada a mi computadora personal, pequeña, sencilla y gratificante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario