martes, 1 de febrero de 2022

60 Peldaños

 

 

 

 


 

 

 

 

Seis tramos de diez peldaños cada uno, las piernas temblorosas, la respiración entrecortada y los brazos y manos dormidos por el peso de las bolsas. Ya no se hacía preguntas porque ninguna tenía más respuesta que, así era la vida. Costaba llegar arriba pero una vez allí te dabas la vuelta y abajo aparecía la ciudad en todo su esplendor, las casas, los jardines, los coches por la circunvalación, las luces de la noche aún encendidas atravesando la niebla de la mañana. Apenas un minuto y por más veces que lo hubiera visto, todavía se impresionaba con la maravillosa visión, casi lo único bello de cada día, que la ayudaba a seguir adelante.

Paró un momento a la entrada del portal, dejó las bolsas en el suelo y se pasó la mano por la frente para retirarse el pelo de la cara. Y ahora qué iba a hacer; el trabajo en la oficina le proporcionaba unos ingresos seguros y el derecho al paro si se quedaba sin él, cosa que había sucedido. Era un empleo de mierda, pero tal como estaban las cosas, había creído que le procuraba algo de seguridad. Por eso se levantaba a las cuatro y media para limpiar las oficinas y parte del taller a las cinco. Hoy se había ido, era la primera vez, pero no se encontraba bien.

Dejó las bolsas sobre la mesa en la cocina y se derrumbó en la silla para tomar aire; en el fregadero los dos platos de la cena esperaban pacientes a que alguien los lavara. La luz entraba a través de las cortinas blancas y se posaba sobre la encimera llena de tarritos de especias. Escondió la cara entre las manos y dejó de pensar, pero fue solo un instante, los pensamientos podían más y de nuevo llenaban su mente y se enfrentaban unos a otros con insistencia. Se miró las manos, tendría que arreglarse las uñas pero, ¿para qué? las recortaría y sería más que suficiente. Le producía cansancio la sola idea de volver a cuidarse, de mirarse al espejo y reconocerse. Estaba cansada y todo le daba igual. Parecía imposible que esto le estuviera pasando a ella. Cuando conseguía pensar un poco con relativa calma, se daba cuenta de que algo no iba bien y que debería hablar con alguien sobre ello.

Buscó su teléfono en una de las bolsas y marcó el número de su jefa.

— Lo siento, hoy no podré ir, no me encuentro bien

Unas gracias por avisarme fue todo. Nada de interesarse por lo que le pasaba, tampoco, eso era verdad, ningún gesto de desagrado. Los lunes, miércoles y viernes bajaba al centro y limpiaba la casa de un médico conocido en la ciudad. Una casa grande llena de cosas bonitas que había que tratar con mucho cuidado. Los demás días de la semana se encargaba de la limpieza de varios portales en el entorno del suyo, este incluido, por lo menos no tenía que bajar y subir de nuevo todas aquellas escaleras.

El portal es relativamente pequeño, tiene dos escalones y una vez subidos a ambos lados suben dos escaleras, una hacia los pisos exteriores y la otra hacia los que dan al patio. Suele tardar un cuarto de hora en mantenerlo limpio: pasar el suelo y quitar el polvo, la puerta no tiene cristales así que el portal es oscuro.

— Buenos días, perdona que pise lo que acabas de fregar, pero tengo prisa

No eres la primera, pensó, pero tú por lo menos pides disculpas. La conoce de vista, es de las que siempre saludan, casi de la misma edad que ella y siempre va corriendo. A pesar de ello hoy se para y la mira:

— ¿Estás bien, te pasa algo?

— Sí y no, gracias — Cómo se ha dado cuenta, se pregunta

— Si necesitas algo no dudes en hablar conmigo —dice y se va y desaparece

Aún le quedan dos portales más y a los cinco minutos ya no la recuerda.

Acostumbra a comer pronto, luego duerme una siesta y el resto de la tarde lo aprovecha para dedicarse a su casa. A las ocho debe estar en la cama, siempre tiene mucho sueño, le cuesta adaptarse a este horario tan extraño para ella. A veces sueña que sigue limpiando, la bayeta vuela sin que ella necesite tocarla y pasa concienzuda por todos los rincones. Otras veces hay una fila de gente esperando en la puerta para entrar al portal cada vez que ella lo acaba de limpiar. ¡Qué tontería! se dice cuando despierta.

Los sueños, a veces, son la vida que uno quisiera vivir, si pudiera. Luego despiertas y la realidad está ahí.

 

 

 

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