miércoles, 30 de marzo de 2022

La profesora

 

 

 

 


 

 


 

Cris, date la vuelta con cuidado y mira a ese hombre que está en la barra ¡No! ¡Con disimulo, mujer! Que no se dé cuenta, no quiero que me vea

¿De cuál de ellos hablas, del de la cazadora marrón?

No, el otro, el alto que está tomando un café.

Ya, ya le veo ¿quién es? me parece que te ha visto.

Tú avísame cuando se vaya y luego te diré quién es.

Desayunaban en el mismo café todos los días. Inés remojó el croissant en el café y se sumergió en sus pensamientos. Lo primero que recordó fueron sus brazos fuertes y cálidos. El sonido de la cafetera, la música y las conversaciones llegaban a sus oídos sin poder penetrar en su cabeza.

¡Se va, se va, acaba de irse! Si miras por el ventanal le ves ¿quién es y por qué te interesa tanto, no será el famoso Pablo?

Ya te lo contaré, ahora hay que ir a trabajar y antes de decir nada necesito pensar un poco.

Lo vio alejarse, quizá no se volvieran a cruzar. Si no fuera una locura habría caminado tras él, solo por ver su espalda. Se había convertido en un hombre y tal como prometía, en uno atractivo y fiable.

Nunca habían tardado tan poco en recoger y salir y ahora estaban sentadas en un banco en el Parque.

¡Venga, cuenta; me tienes en ascuas! ¡Vamos, empieza ya! —insistió Cris

Me cuesta bastante hablar de esto, la verdad, puede que no lo tenga tan olvidado como creía. Fue uno de mis alumnos de último curso en la Facultad. Un buen alumno. Algo de él llamó mi atención. A lo mejor yo era transparente, porque empezó a mirarme; cada vez que dirigía la vista hacia él, me tropezaba con sus ojos clavados en los míos.

¡Uno de tus alumnos! ¡Caray, debías llevarle unos cuantos años!

Claro, bastantes, sí. Al principio aquello me resultaba divertido. Él jugaba y yo le seguía el juego en silencio, sin ninguna consecuencia.

¡Qué emocionante! ¿Cuándo se complicó todo y por qué?

No me di cuenta, todo sucedió de una manera que me pareció normal. Nos encontrábamos en la cafetería de la Universidad; a veces por la calle; nos saludábamos, en alguna ocasión me consultaba algo. Me gustaba encontrarlo. Hasta que me di cuenta de que lo echaba en falta si no le veía. Una tarde, en la Biblioteca, recogía mis libros, la mochila pesaba, necesitaba tres manos. Se me cayó la cartera e inmediatamente apareció él a recogerla. Se ofreció a ayudarme con todo aquel lío y me acompañó hasta casa.

¡Ah! Muy bien, que listo.

Calla, tonta, solo quería llevarme la mochila. O eso creía yo. Le invité a entrar, dejó todo sobre la mesa. Me pidió un vaso de agua y fui a la cocina a buscarlo. Apareció a mi espalda, me giró despacio y me besó. El vaso se estrelló contra el fregadero. Me quedé quieta sin saber qué hacer. Volvió a besarme, con más seguridad, así que le agarré por el pelo y respondí a su beso.

¿Qué pasó después, os acostasteis?

Yo era su profesora, no podía hacer semejante cosa. Además, creo que hay mucho que compartir antes de irse a la cama. Imagina el lío que tenía en mi cabeza, me gustaba y no era un juego, al menos para mí. Era mi alumno y no quería tener complicaciones en la Facultad; estas cosas vuelan con rapidez por las aulas y no podía arriesgarme.

¿Lo dejaste entonces?

No pude. Él trataba de convencerme de que no iba a suceder nada, que la edad no era importante, que estaba loco por mí y que terminaría pronto la carrera y podríamos hacer lo que quisiéramos. Quería creer que tenía razón. Se me olvidó todo lo demás.

¿Qué hicisteis? supongo que tendríais mucho cuidado, al menos al principio.

Sí, todo fue bien al principio. En Semana Santa planeamos pasar unos días juntos en algún lugar donde no nos conocieran. Fue maravilloso, nos alejamos de los lugares concurridos y anduvimos por el campo tomados de la mano, comimos en los pueblos comida casera.

Inés lanzó un suspiro y tomó aire con fuerza. Sintió la brisa penetrar en su garganta y adentrarse en sus pulmones. Parecía increíble lo claro que lo recordaba todo y la sensación de que el tiempo no había pasado.  

Aquellos días hubieran sido perfectos, pero Pablo hacía planes y hablaba de ellos continuamente: Quiero viajar, decía, recorrer el mundo, ir a Canadá y quedarme por allí un par de años, comprarme una casita en un pueblo pequeño y vivir en ella, aún no sé dónde. Quiero escribir, viajar y escribir.

Aunque decía que sí, no contaba conmigo.

¿Y qué hiciste, Inés? – de nuevo Cris y sus preguntas- imagino que tuviste que pensar mucho antes de tomar una decisión; en tu lugar yo habría aprovechado el momento.

Eso fue lo que hice, Cris, me costaba mucho dejarlo, era algo que duele perder, sabiendo que no podrás recuperarlo. Yo había entendido cuál era la situación y él, aunque aseguraba que estaría conmigo siempre, tuvo que entender que la palabra siempre a veces se convierte en nunca. Cuando acabó el curso volvió a casa de sus padres y yo me fui.

Ese fue el verano que te fuiste a Japón a casa de tu hermana

Sí, pasé el verano con ellos, me sentó bien

Y ¿No volvisteis a veros? Sí, cuando venía aquí, me llamaba y quedábamos. Ese invierno me dijo que, en abril, se iba a dar la vuelta al mundo en un 4x4

¿Solo? Le pregunté

Sí, solo.

Al principio me mandó algunas postales, luego dejó de hacerlo.

Es una buena historia, ya me gustaría a mí vivir algo similar.

Claro, pero hay que pasar también por lo menos bueno. Me costó mucho olvidarle.

 

Pablo estaba seguro de que aquella mujer en la cafetería era Inés. De lo que no lo estaba era de si ella le había visto. Podría llamarla. Cogió el teléfono y se quedó mirando el teclado perdido en los recuerdos.

 

 

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