viernes, 22 de noviembre de 2013

La higuera










En un rincón de la huerta, justo en el que hacía esquina, bien pegada al muro de piedras porosas y añejas, estaba la higuera. El olor era delicioso, se expandía por el entorno anunciando la cosecha de higos maduros y jugosos. Era principios de setiembre y el verano tocaba a su fin. Yo no relacionaba bien lo de las fechas, aún, pero sí sabía que si la higuera daba higos pronto tendría que volver a la ciudad.

Marta es mi hermana mayor y Felipe mi primo. Yo estaba sentada en una de las ramas del árbol cogiendo de aquí y de allá los higos más maduros. Luego me dolería la barriga, pero estaban templados por el sol y las gotas melosas asomaban por su borde. Marta se paró junto a la higuera, justo bajo mis piernas que colgaban blandas. Luego llegó Felipe. Miraba de un lado a otro como si buscara a alguien. Cuando vio a Marta se acercó a ella y la empujó contra el tronco del árbol y empezó a besarle en la boca. Estuve a punto de gritar, pero algo me dijo que aquello era raro y digno de verse. Ellos siguieron besándose en los labios, parecía que iban a comerse el uno al otro. Se olvidaron de donde estaban. Felipe levantó la falda de mi hermana y metió su mano, ella dio un gritito y se arrimó a él mucho. Aquello creó en mí una extraña sensación, me pareció que era un secreto que yo no debiera estar viendo, así que tosí hasta que ellos levantaron la cabeza y me vieron allí sentada y con cara de susto.

Durante mucho tiempo conseguí de mi hermana y mi primo cualquier cosa que pudiera desear, era un pequeño chantaje, pero que queréis, yo entonces no lo sabía.