viernes, 22 de noviembre de 2013

Sin alas (El sueño de volar)





Imagen de la Red-desconozco el autor



 


Yo soñaba con volar, no puedo recordar desde cuando tengo ese sueño. Subir muy alto y dejarme caer lentamente pasando a través del aire, como si fuera un tren circulando a gran velocidad. Y lo bueno de esto es que yo estaba seguro de que algún día iba a hacerlo.

Soy un hombre corriente, no hay nada en mí que sobresalga, mi aspecto es de lo más normal y mis actitudes también, incluso mis aptitudes. He estudiado, tengo un trabajo mediocre y una mujer tan normal como yo. Pero, cada noche sueño que vuelo, que las nubes me envuelven y el viento peina mi cabello y azota mi cara. Siento la ingravidez de mi cuerpo y la sensación de vacío dentro de él y sé que me he transformado en un pájaro que vuela libre, subiendo y bajando, yendo a izquierda y derecha…. Pero, por la mañana, despierto y vuelvo a mi vida mediocre pegada a la tierra.

Estaba mirando a aquel hombre que hablaba y hablaba, me miraba fijamente y parecía que iba a salir de la pantalla de la televisión de un momento a otro; seguro que era un charlatán de esos que te dicen cómo tienes que vivir y cómo no. Pero yo le escuchaba con atención porque parecía hablar solo para mí:
-Si tienes un sueño, lucha por él.

¡Coño! ¿Cómo sabía lo de mi sueño? Bueno, pensándolo bien ¿quién no sueña con algo o alguien?
Y lo he conseguido, hoy he volado; sí, sí… no estoy loco, he volado por primera vez. No sabría cómo explicarlo, ha sido algo grande, terrible, inolvidable. No creáis, me ha costado mucho decidirme; parecía que estaba preparado, que había hecho suficiente introspección sobre el asunto y que sabía muy bien lo que quería.  Pero colocarse al borde del precipicio allí, empujado por el viento, con el cielo tan cerca, las cosas se ven diferentes, te sientes minúsculo, una especie de nada sumergida en un todo realmente impresionante. Y entonces algo te atenaza, comprime tu vientre hasta provocarte ganas de  mear y tu cabeza se pregunta qué haces allí, porqué vas a hacer eso, qué ganarás y qué perderás con ello. Total: estás muerto de miedo. Pedro, mi monitor durante todo este tiempo, insistía en lanzarse conmigo al menos esta primera vez, pero yo quería vivir esta experiencia solo, como lo había soñado. Me ha costado mucho convencerle, lo he conseguido porque le he asegurado que si no, lo haría en cuanto él se fuera. Y porque, además, no estoy seguro de que esto se vaya a repetir más veces.

Después de haberlo pensado durante tanto tiempo,  ahora que podía hacerlo por fin, no iba a abandonar por un poco de temor. Así que apreté mis pantalones por ese lugar que ya todos imagináis y sin pensarlo más me lancé al vacío. 

¡Cielos! Recibí un sopapo en la cara, nada más lanzarme; el viento contrapuesto a mi caída retrotraía todos los músculos de mi cara y los pliegues de mi ropa, apenas conseguía respirar de tanto aire como entraba en mis pulmones y además, estaba tan apurado que no lograba ver nada, me parecía que estaba cayendo a tal velocidad que, sino me espabilaba, mi viaje se habría acabado antes de que me diera cuenta. Conseguí tranquilizarme un poco y abrí los ojos y entonces vi a la bandada de pájaros que me driblaban asustados sin saber de dónde había salido yo y preguntándose qué hacía allí en su propio terreno. Yo caía suavemente y ellos me seguían piando alegres, seguro que se preguntaban  por qué los seres humanos estábamos tan locos.

Extendí mis brazos y separé las piernas, quería alargar al máximo el momento y eso me ayudó a planear un poco más lentamente, así que pude fijarme en las cosas. Las nubes parecían cubrirme como una manta esponjosa y juguetona, iban y venían de un lado a otro y estaban tan cerca que, a veces, me escondía dentro de ellas. Cuando miré hacia abajo sentí un retortijón en mi estómago y estuve a punto de devolver. ¡Qué lejos estaba el suelo, qué pequeño se veía todo! Sopló una ráfaga de aire y me dejé llevar hacia el este, suavemente, sin prisa. El sol tenía una luz opaca, cubierto por una de esas neblinas matinales que lo descomponía en piezas como si fuera un puzle.  Yo estaba extasiado, todo aquello lo absorbía ansiosamente porque ya sabía que aquella era la primera vez, pero no volvería a repetirse nunca. Una ráfaga de viento me hizo rodar sobre mi mismo, la tierra daba vueltas y vueltas… ¿o era yo el que las daba? Y empecé a caer. Por más que movía mis brazos yo caía, girando como uno de esos abuelos que voltean sobre sí mismos cuando en verano el aire los arranca del suelo.
Me entró un pánico tremendo, me pregunté, dando voces que nadie podía escuchar, qué hacía allí arriba, quién me había mandado a mí hacer esa locura. Y como ya sabía la respuesta traté de serenarme un poco y cuando lo conseguí, recordé todo lo que había aprendido; lo primero conservar la calma y después mover los brazos según las normas, primero frenar la caída, luego equilibrar mi cuerpo y después bajar despacio buscando el sitio adecuado para caer y moverme hacia él sin dudar.

Quise echar una última mirada al mundo visto desde arriba, sentir la brisa paseándose por mi cara, la presión del viento en mi ropa, la alegría de la libertad, la belleza de la tierra acercándose rápidamente; el campo tan bien parcelado, los bosquecillos de pinos, algunos con sus copas blancas por causa de la procesionaria, las casitas agrupadas unas con otras. Era lo de siempre pero se veía tan diferente, tan hermoso. Estaba ya muy cerca del claro donde todo aquello había empezado; allí había dejado mi coche y desde allí había trepado trabajosamente hasta la cima de la montaña y allí era donde había elegido que iba a caer.
Maniobré suavemente, el  tirón me produjo un fuerte dolor en los hombros,  dando pequeños empujones he conseguido llegar al suelo y por fin he puesto  los pies en la hierba, el viento me empujaba y me ha hecho correr y  rodar por el suelo una y otra vez. Huele a campo  aún húmedo  del rocío de la mañana y por fin he frenado con el culo hacia arriba y las piernas retorcidas. Sentado en el suelo contemplo la cima desde la que me he tirado, vuelvo a ver las nubes y el sol, que ahora hace horas que calienta, entre los árboles del bosquecillo aguarda mi coche, por el camino que serpentea mucho más abajo circulan dos camiones que se cruzan y se ignoran. Otra visión del mundo también hermosa, pero tan diferente. Recojo toda la tela, la doblo despacio, la meto en su funda y pienso a quién voy a regalársela. Yo, desde luego, no pienso volver a usarla. A partir de ahora volaré, pero lo haré como siempre: en sueños.