sábado, 23 de noviembre de 2013

La piel de Elena




De la Red

La piel de Elena es sonrosada y suave, los poros pequeños le dan el brillo justo. Al trasluz los pelillos rubios se transparentan erizados cuando paseo mi mano por su cuerpo. Elena es un regalo imprevisto cuando más lo necesitaba, un milagro que jamás hubiera creído que fuera posible.

Extiendo la mantequilla y la mermelada en la tostada y se la acerco a la boca. Se ríe de esa manera ronca de cuando parece un gato que ronronea. La sangre recorre mi cuerpo, ligera. Siento la deliciosa sensación de relax, todos mis músculos y nervios se agitan y vuelven a su estado natural.

— No me mimes tanto, Carmen —me dice con una gran carga de picardía en sus ojos— tendré que echarte en falta demasiado, luego.

Solo pensar que hemos de separarnos me empuja a lanzarme sobre ella y volver a elevarla al limbo de los justos y pedirle correspondencia. Pero no lo hago.
...

No sabía a dónde quería ir, pero debía ser lejos. Lo suficiente como para olvidarme de todo. Era verano y las vacaciones me sabían amargas. Cerré la puerta de mi despacho, primero miré la mesa y le dije adiós. Estaba loca, solo era un mueble, pero sentía que, cuando volviera, ya no sería mi mesa. Y yo tendría que apuntarme en las listas del Inem. Pero ese no era mi mayor problema. Tenía que tomar una decisión y responder a Luis si quería o no irme a vivir con él y... con su hijo. Ese monstruito de dieciséis años. No estaba segura, todas aquellas dudas me confundían y él no quería o no podía entenderlo.

Dejé que el coche decidiera mi destino. Tenía la cabeza puesta en la carretera y en compadecerme a mí misma. Así que él eligió por mí seguir la rutina de tantos viajes al Pirineo y me llevó hacia allí.

Elena estaba sentada sobre su mochila a la salida de Iruña y sonriente me hacía señas para que parase. Y paré. ¿Por qué? no lo sé. Jamás cojo a nadie. No sé que vi en aquella chica, pero no lo dudé ni un momento y la invité a subir al coche. Tampoco ella sabía a dónde iba, le daba igual con tal de alejarse de la ciudad y de alguien que le había hecho daño. Debió ser mucho, porque las lágrimas, rebeldes, brotaban de sus ojos.

Tendría que haberme puesto en guardia. Pero sentí empatía y coloqué mi mano sobre su rodilla. Me miró como lo hace un perrillo abandonado. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Estaba loca de piedad por ella y su pena.

Cuando iba al Pirineo solía alquilar una cabaña y eso haría ahora. Le invité a venir conmigo cuando me confesó que no sabía a dónde ir y que no tenía dinero. « ¿Por qué lo hago? » volví a preguntarme Tal vez su dolor me hacía olvidar mis preocupaciones. Ella era una de esas personas en las que confías rápidamente. O tal vez era yo, que necesitaba alguien de quien preocuparme o que se preocupara de mí.
En dos o tres días ya éramos amigas, o al menos lo parecíamos. Ella huía de alguien en quien confiaba y ahora le había engañado. Yo huía de todo y de todos.

— Ya sé que es de lo más normal, que pasa cada dos por tres y además ya me ha pasado otras veces —hipaba al decirlo y me miraba con sus ojos dulces y sumisos— Pero esta vez creí que era diferente. No se trataba de sexo solamente, yo estaba enamorada como una tonta, de la manera más profunda. Se ha ido de vacaciones con otra. Una compañera del Colegio donde trabaja. «Cuando vuelva no quiero que estés aquí» me dijo al irse. ¿Dónde podía ir? Estaba dispuesta a perdonarle y esperar a que volviera, pero ella solo quería marcharse y olvidarse de mí.

Sentadas, contemplando la puesta de sol, me pidió que le dejara cepillarme el pelo y hacerme una coleta. Lo hago yo a diario, pero la idea me pareció bien. Sus dedos se entremezclaban con mis cabellos, eran tan suaves que toda mi atención se centró en lo que sentía. Luego fueron otros detalles a los que me dejaba arrastrar no sé si inocentemente o sabiendo muy bien lo que hacía. A la semana me llamaron de la oficina para decirme que la cerraban definitivamente, lloré. Lloré con verdadero desconsuelo, de rabia, de indignación, de impotencia y de conmiseración para conmigo misma.

Secó mis lágrimas a besos, poco a poco, una por una. Elena tiene unos labios dulces y un aliento fresco y toda la sabiduría del mundo en ellos. Le dejé hacer porque no podía resistirme y necesitaba que alguien me quisiera, me cuidara. Y ella ¡era tan delicada! Esa noche vino a mi cama. Me asusté mucho, mi cabeza se agitaba convulsa y extrañada, pero mi piel me traicionaba y olvidaba todas mis dudas. Dejé que conociera mi cuerpo y yo conocí el suyo, sorprendida, consternada por lo que sentía. Elena abraza de esa manera que te hace sentir parte importante del otro. Solo que esta vez era otra. Llegó un momento en que ni eso, ni nada me importó fuera del deleite inusitado de esa unión diferente y especial.

El verano se fue precipitando hacia el otoño y nosotras vivíamos alejadas del mundo. Paseamos, subimos a las praderas en las cimas de los montes, nos bañamos en las heladas aguas de los ríos y nos tumbamos desnudas al sol, sobre la hierba jugosa y húmeda en lugares solitarios. Y vimos las estrellas cuando aún era de día. Compramos verduras y frutas y preparamos comidas ligeras para degustarlas en el porche. La gente nos miraba reír y abrazarnos y nosotras acentuábamos nuestras caricias solo por fastidiar a los beatos.

Finalizando agosto me llamaron para una entrevista de trabajo. Fui y volví en la mañana. Temblaba pensando que a lo mejor Elena había decidido irse. Cuando la vi, mi corazón dio un vuelco y todos mis nervios se disiparon. Había preparado una tortilla de patata y melón helado troceado en pequeños bocados. Ramas y flores silvestres colgaban de las paredes de la pequeña casa.

— Te has pasado la mañana trabajando —le dije como si la riñera

— Me he pasado la mañana pensando en ti —me dijo dándome un beso

— No. Ahora no —la alejé suavemente— quiero darme una ducha y comemos después.

Volvieron a llamarme. Esta vez para decirme que a mediados de setiembre comenzaba a trabajar en un lugar donde me pagaban casi la mitad que hasta ahora, para un puesto de la misma responsabilidad. No me importó, por lo menos podría pagar la renta y hacer vida sencilla, pero normal. Elena se alegró mucho, parecía realmente emocionada con mi suerte. Ella no trabajaba, hacía poco que había terminado sus estudios y quería vivir la vida a su antojo, durante un tiempo. Me pareció normal. Todo me gustaba en ella. La invité a venirse conmigo a Iruña porque pronto tendríamos que dejar aquella cabaña. Me pareció que se alegraba mucho. Yo no pensaba con lucidez, no quería hacerme preguntas, porque las respuestas me harían volver a la tierra para recordarme que hacía mucho tiempo había elegido en qué lado quería estar. Pero no deseaba alejarme de ella, no, al menos de momento. Era como un imán que me atraía sin poder evitarlo.
...

Ahora me mira a través de las pestañas con los ojos entornados. Vuelvo a untarle otra tostada con tanto amor como el que siento en mi interior y sin dejar que mis sentimientos asomen a los míos. Ella sabe que mi orgullo no me deja llorar, no quiero que me vea, tampoco quiero darle pena. Al final la vida nos ha marcado el camino, ha sido tan sencillo que no puedo creerlo. Nos separamos. No viene conmigo a Iruña, tal como habíamos planeado. Su ex la llamó ayer para pedirle que vuelva, que la compañera de trabajo había sido buena compañía para el verano, pero que lo habían dejado. De saberse podía costarles el puesto en el Colegio religioso.

— Te utiliza —le digo

Pero ¿quién soy yo para decirle lo que tiene o no tiene que hacer? Solo sé que siento una amargura tan grande, que mi cuerpo y mi alma duelen por todos lados.

— Si las cosas no van bien con ella —me dice, creo que para consolarme— te buscaré.

— No. No me busques. No vuelvas y olvídate de mí.
...


La piel de Elena es suave como la seda y su lengua húmeda y sabía. Tiene el don de la dulzura y la picardía de la inocencia. Elena es un ser humano y no puede ser diferente a como es. Yo la quiero y cada noche recuerdo su cuerpo cálido junto al mío y me muero de ansiedad.