domingo, 20 de abril de 2014

El encargo (Tema: Volver)




En la Red






    Amanecía. Las luces del edificio aún permanecían encendidas, a través de los cristales se veían sombras que se movían misteriosas. Mirando desde uno de ellos Juan Delgado volvía a repasar mentalmente las cifras y los detalles fundamentales que deseaba tratar en aquella reunión, antes de llevar el proyecto a su cliente.
 
      En ese momento, Emma se apresuraba entre el tráfico. Eran las ocho y cuarto y andaba un poco tarde. Pensaba en la reunión que le estaba esperando y en que hacía días que no llamaba a su madre. Miró el reloj. ¡Uff! que tarde era. De nuevo empezó a dolerle la cabeza. Últimamente le pasaba a menudo, era un dolor intenso que parecía estrujar su cerebro y que aparecía y se iba cuando menos lo esperaba.
  
     Ahora no tenía tiempo para preocuparse de ello, así que trató de centrar la atención en la voz de Leonard Cohen cantando In my secret life, que sonaba suavemente en la radio del coche.  
 
     
      Los ojos de los cuatro hombres se volvieron hacia ella cuando entró decidida en la sala de reuniones. ¿Llegaba tarde? pues mejor entrar atacando, se dijo con sorna.

     — Ya hemos empezado, Emma —dijo su jefe con cara seria.
     — El tráfico... — levantó los hombros con pereza y no dijo nada más
  
     Delgado siguió con lo que estaba diciendo.

     — Tenemos un problema serio con lo de los suelos, se nos va de las manos el presupuesto.
  
     Empezaron a hablar todos a la vez. Emma escuchaba, le llegaban las palabras a lo lejos, como si estuviera en otro lugar. ¿Cuánto más podría aguantar? El dolor de cabeza seguía ahí, debía haber tomado unas aspirinas. Dudaba si levantarse e ir a buscar una o quedarse esperando que todo aquello, la reunión y el dolor, se pasara pronto.
  
     A pesar de que hacía mucho calor allí, empezó a sentir frío, su cuerpo temblaba sin que pudiera controlarlo. Le llegó apagada la voz de Delgado preguntándole qué le pasaba y si se encontraba bien. ¡No, no se encontraba bien!
  
     ¿Cómo había llegado allí, dónde estaba? Se preguntó Emma Lloviznaba tan suavemente que apenas se sentía mojada. El camino por el que avanzaba discurría sumergido en la espesa niebla, era estrecho y serpenteaba. A ambos lados se cernía la oscuridad. Nerviosa se preguntó, qué hacía allí y a dónde iba. Miró a un lado y otro pero nada de lo que veía le resultaba familiar. Entonces vio, paralelo a su camino, entre las sombras, otro similar por el que caminaban unos seres extraños en sentido contrario al suyo No podía distinguirlos bien pero daban un poco miedo.
 
      La luz del amanecer atravesaba la neblina, a medida que esta se iba disipando. Por el otro camino ahora no se veía a nadie. Por sorpresa alguien le tocó en la espalda y le retiró a un lado. Apenas le rozó, pero le había desplazado como si fuera una pluma.
—Oye, espera ¿a dónde vas? qué lugar es este —preguntó nerviosa
Unos ojos vacíos se fijaron en los suyos, sin parar un momento dijo:
—No sé a dónde voy, acabo de llegar y tengo prisa me estarán esperando
Y se alejó casi corriendo. ¿Le estarían esperando también a ella? ¡Por dios! pensó, aquello era una auténtica locura.
 
      A lo lejos le pareció ver un muro que cortaba el camino, se extendía a lo largo hasta donde podía ver. Una puerta muy alta y consistente rompía la monotonía de la piedra. Sintió una necesidad perentoria de abrirla y atravesarla. Estaba indecisa y sin saber si dar el paso adelante o por el contrario girar y salir corriendo por donde había venido. Estaba muy asustada, sentía como si se hundiera en el agua fría de un río. Se ahogaba. Llamó a la puerta tímidamente. El portón no pesaba nada y se abrió mansamente al primer empujón que le dio. Se miró las manos sorprendida, al entrar dentro parecían de papel celofán, brillantes y transparentes, como rellenas de niebla. Lo mismo sucedía con el resto de su cuerpo. Debía irse de allí, ¿por qué se quedaba? Volvió a sentir mucho miedo, la cabeza le daba vueltas. La puerta seguía aún abierta, pero ahora el camino por el que había llegado estaba obstruido por el muro. Si quería irse tendría que encontrar la forma de pasar al otro lado, ya que ahora comprendía que era el de vuelta. Cómo llegar allí era algo que debería adivinar. Dos templetes custodiaban la entrada, pero no se veía a nadie vigilando. Un hombre salió al camino. En realidad no estaba segura de que fuera un hombre. Una voz familiar le dijo:

     —Pasa Emma, te estaba esperando.
     — ¡Papá!... ¿Papá? ¿Qué haces aquí? —La sorpresa pintó una O en su boca
     —Ya te he dicho que te estaba esperando
  
     Le miró espantada, sí, sí que era su padre. ¿Cómo podía ser aquello si su padre había muerto hacía tiempo? Era él, solo que ahora tenía el cuerpo alargado, como hecho de humo, inconsistente, casi podía verse a través de él. La cara no tenía ninguna expresión, los ojos fríos, como muertos, parecía libre de cualquier emoción. Era muy diferente a su padre y sin embargo ella sabía que era él. Cuando se le acercó sintió un frío que le calaba hasta los huesos. No podía soportar el dolor que le suponía aquel encuentro y empezó a desear no sentir nada tampoco ella.

  
     En ese momento un grupo de aquellas sombras que parecían humanas, salían furtivas por otra puerta que acababa de abrirse. Miraban a un lado y otro, temiendo tal vez, que volviera a cerrarse y no pudieran salir. No se hablaban, eran semitransparentes y parecían no verse los unos a los otros. Se quedó allí quieta mirando a su padre, pensando que lo que realmente quería era salir corriendo por aquella puerta recién abierta; la verdad era que le excitaba lo que le estaba pasando, pero no deseaba sentir miedo. 
—No te preocupes, no luches —le dijo entonces su padre—el dolor pasará lo mismo que el miedo, aquí todo eso no existe.
Quiso creerle, cerró los ojos y se esforzó tanto que sintió en su interior una deliciosa sensación de paz y bienestar. Estuviera donde estuviese, por un momento se sintió bien. Su padre le hacía señas con las manos, ampulosamente, como si recogiera con ellas la niebla para cambiarla de lugar.

     —Date prisa hija. Quiero enseñarte algo y no tenemos mucho tiempo.
     — ¿A dónde vamos? —Preguntó ella
     —Aquí cerca, sígueme.
 
      No había nada alrededor, era como una especie de jardín enorme sin flores ni plantas, con un césped brillante, blando, en el que se hundían los pies, creando la sensación de volar sobre el suelo. Pronto llegaron a su destino. Se trataba de una gran terraza con unas balaustradas gruesas, ennegrecidas por la humedad. Los barrotes estaban muy juntos, como para evitar que alguien se colara entre ellos y cruzara al otro lado.

     —Mira bien, porque lo que vas a ver lo verás solo una vez y quiero que luego lo recuerdes punto por punto.
  
     Hizo lo que le decía, abrió mucho los ojos como si así las imágenes pudieran fijarse mejor en sus retinas.
  
     El paisaje lo formaban varios racimos de casas desperdigadas por el campo, había caminos asfaltados, un río con bastante agua y una iglesia al lado del edificio que parecía ser el ayuntamiento, en una plaza. Le resultaba familiar. Allí abajo era de noche pero, a pesar de la oscuridad, podía verlo todo bien. Media docena de hombres caminaban sigilosamente por las calles, golpearon en una puerta y agarraron al hombre que la abrió, lo inmovilizaron y se lo llevaron fuera del pueblo. Primero Emma no comprendió nada, luego vio que aquel hombre era su padre tal como ella le recordaba el día que se fue. Todos montaron en una camioneta y se alejaron de allí. Nadie había visto nada. El pueblo dormía. Solo una mujer miraba por la ventana y lloraba desconsoladamente. Emma reconoció a su madre.

  
     En medio del campo, a la orilla de los sembrados, le colocaron contra un árbol. Intentó decirles algo pero le golpearon hasta que le hicieron callar.  Luego uno sacó una pistola y le disparó en el pecho y después en la cabeza. Cayó como un fardo aplastando el surco. Emma dejó escapar un grito, el hombre de la pistola era un jovencísimo Juan Delgado.  Por último lo enterraron en el mismo sitio donde había muerto.
  
     Enma estaba consternada, aterrorizada. Miró a su padre que seguía allí impasible. Comenzó a temblar, su cuerpo se agitaba por fuertes calambrazos que le producían un dolor horrible en la cabeza. Tenía muchas ganas de llorar, arrugaba su rostro, pero de sus ojos no brotaba ninguna lágrima.

     —A madre le dijeron que te habías ido, que habías huido cuando te llevaban a la comisaría. Que eras un traidor y que nunca te atreverías a volver.
     —Cuéntaselo a ella y luego conseguid que busquen mis restos, ahora ya sabes dónde.
     —No me creerán
     —Conseguirás que lo hagan, eres lista. Necesito esto para acabar mi ciclo y descansar en paz. Esto es lo que hay, hija, finalizar nuestro camino y gozar de la muerte eterna. Mantén tus cosas arregladas para que, cuando llegue la hora nada te frene.

  
     En ese momento algo tiró de ella, de nuevo recibió una descarga que le hizo temblar y que desencadenó en su interior una especie de furia que le obligaba a volver atrás de inmediato.

     —Vamos, date prisa —le dijo entonces su padre— Tienes que regresar ahora mismo o ya no podrás volver nunca. No olvides lo que te he dicho, ni lo que has visto.

 
      — ¡Dale. Otra vez! ¿Cómo vamos de tiempo?
     —Bien, aún queda. ¿Ésta más fuerte?
     —Tú dale ya, venga que va a ser la buena.


     Enma, desde el camino de vuelta, giró la cabeza y miró a su padre. De pie en la puerta parecía la imagen de un cuento de fantasmas, pero no era un fantasma. La observaba atentamente, en su rostro no había ninguna expresión de dolor, de alegría o de pena. Nada. No debía sentir nada y curiosamente ella tampoco. Lo dejaba sin preocuparse de lo que sería de él. Confiaba en ella y no le defraudaría.

     — ¡Bien, bien! ya la tenemos —oyó que decía una voz excitada—entubadla y seguid con la rutina, a ver cómo reacciona. Por un pelo ¿eh? ha tenido suerte, ya puede decirlo. Dentro de un rato la subís a la UCI. Enseguida voy.
   
     Escuchó el vip, vip, vip, primero fuerte, luego cada vez más suave hasta que dejó de escucharlo. Supo que había vuelto a la vida. Recordó que tenía un encargo que hacer. Debía darse prisa...  para de nuevo perder la noción de las cosas.

5 comentarios:

Luis dijo...

! Cómo sabes que quienes te siguen queden enganchados..!

Inés dijo...

Eres una maravilla escribiendo y consigues hacer que nos traslademos a tu relato y lo vivamos en primera persona, enganchas. Bravo muy buen relato.

rosg dijo...



Muchas gracias a los dos. Yo también os quiero.

David Rubio dijo...

Buen relato Rosa. El día a día es demasiado rápido, frenético. Al menos tu personaje ha podido extraer una lección con esa experiencia cercana a la muerte.

Belen delgado pulgar dijo...

Hola Rosa muchas gracias por visitar mi blog y quedarte a si tengo la suerte de conocer tu blog, y que yo por supuesto me quedo de seguidora también.
Madre mía que bien escribes, me encanta tu relato
Besinos
El Toque de Belen