viernes, 26 de diciembre de 2014

Bora Bora (Navidad )







De la Red



   Acodada en la barandilla del porche de la villa en la que pasaban unos días de vacaciones, Manuela miraba el intenso azul del mar que se mezclaba en el horizonte con el del cielo. A ambos lados de un sendero de madera, se erguían sobre las tranquilas aguas del mar, varias pequeñas villas que se reflejaban en el cristal líquido, como setas creciendo juntas. Vestida con un pareo de colores, miraba y esperaba. Pasar la Navidad en Bora Bora le había parecido una idea fascinante, ¡era todo tan diferente! Mirando el paisaje sentía lo lejos que estaba de todo su mundo y se preguntaba cómo había aceptado aquel viaje casi sin pensarlo.
   La respuesta era Esteban, su jefe, su amante. Llevaban dos años con aquella especie de relación que lo era todo y sin embargo no era nada. Siempre se había prometido que jamás se enamoraría de compañeros de trabajo y mucho menos del dueño del negocio. Pues allí estaban en el confín del mundo, lejos de todo lo que conocía, esperándole. Hacía tres días que él le había propuesto pasar la Navidad juntos en un lugar alejado y fantástico.
— ¿Qué dirá tu familia? —Preguntó extrañada— ¿Qué vas a decirle a tu mujer cuando te pregunte a dónde vas y por qué.
— Me has pedido muchas veces que vayamos a alguna parte los dos solos, lejos de todo y de todos. Pues ya está. Nos vamos a Bora Bora. No te preocupes de nada más. Compra cosas bonitas para ponértelas para mí y prepara la maleta, de lo demás me encargo yo.
   Le vio corriendo por la playa. Hacía ejercicio todas las mañanas antes de desayunar. Sintió un temblor en el vientre. Aquel hombre le gustaba mucho, desde el primer momento se había sentido atraída por él. Seguramente eso fue algo que Esteban comprendió enseguida. Empezó a seducirla poco a poco, como si no quisiera asustarla, como se atrae a un animalito hacia la jaula. No pudo y no quiso resistirse. No era un hombre guapo, rondaba los cincuenta, era seguro de sí mismo, acostumbrado a mandar, pero educado y atento, resultaba atractivo por esas cosas y porque podía mostrarse muy cariñoso y complaciente, sabía bien cómo tratar a una mujer. Como amante, además, era apasionado y generoso. No quería enamorarse de él ni crearse expectativas de futuro; aunque parecía muy enamorado, era consciente de que aquello era algo transitorio que acabaría cuando él lo decidiera.
   Este viaje había sido una sorpresa.
— Hay una razón —Le dijo al oído, después de hacerle el amor— vamos a celebrar que han pasado dos años desde que nos conocimos. Celebraremos juntos la Navidad, nada me apetece más que estar contigo en estas fechas y de paso alejarme de mi familia por unos días.

   Entró en la habitación lleno de vitalidad y sonriente, parecía un joven ilusionado y feliz.
   — Ya está, querida, tenían razón en el Hotel, el barco es muy agradable y parece seguro. Llevamos una tripulación mínima y un mayordomo que se ocupará de lo que necesitemos. Y hay un gran jacuzzi que podremos disfrutar cuanto queramos.
   La miraba seductor con el ademán decidido del que está acostumbrado a mandar. Le había propuesto pasar el día navegando entre las islas para ver el maravilloso paisaje y además disfrutar de estar solos. Irían desde Bora Bora hacia Raiatea, Taha’a y Huahine.
   — Podremos hacer pesca submarina si lo deseas.
   A ella le apetecía más, mucho más, meterse en el jacuzzi juntos y relajarse. La imaginación se le disparaba sin control, solo de pensarlo. Sentada en la popa, bajo el toldo blanco y tirante, notó la mirada de Esteban recorriendo su cuerpo despacio, como si fuera la primera vez que la veía. No podía negarlo, aquel hombre la descolocada con solo mirarla. Agarrado a la barra del timón, dejaba que las velas del yate se tensaran, inclinándolo un poco a babor. Estaba muy sexi, él le sonrió divertido. Contemplaron el fondo marino a través del grueso cristal, saborearon unas cigalas muy bien preparadas, dormitaron bajo el toldo, porque estaban cansados después del delicioso baño y la pasión. Recordó entonces que era veinticuatro de diciembre, que esa noche sería Nochebuena en casi todo el mundo, que las familias, incluida la suya, se reunirían al rededor de la mesa a cenar juntos, recordar navidades pasadas, personas que ya no estarían nunca más. Rememorarían los viejos guisos de la abuela, los postres de su madre, las risas cuando eran niños y los juegos y disfraces, los turrones y los brindis. Sintió un pinchazo en el lado izquierdo. ¡Qué tontería! a ella hacía mucho que no le gustaba la Navidad. Era un engaño todo aquel teatro. Estaba deseando que todo pasara pronto. Por eso le había parecido una buena idea el viaje, por eso y porque él prefiriera pasar aquellos días con ella antes que quedarse con su familia.
     Esteban estaba preocupado. Aquella mujer le volvía loco, ninguna otra había sido tan buena pareja en la cama, era perfecta para sus necesidades. Sensual y sincera, sin falsos prejuicios, sin artificios. Sí, estaba loco por ella. El tiempo había pasado muy rápido y se sentía aún como el primer día que la conoció, entrando en su despacho, con la sonrisa abierta y la mirada limpia. Al principio fue solo deseo sexual. Sería una buena cómplice en la cama, pero resultó ser también una buena compañía cuando necesitaba alguien que estuviera siempre disponible para él. Habían sido dos años perfectos. Pero tocaba ya tomar una determinación. Aurora, su mujer, para su sorpresa, estaba embarazada y le había dado un ultimátum. El suyo era un matrimonio de conveniencia, ella nunca le hacía preguntas. Así que siempre había podido vivir su vida con cierta libertad. Esta vez, con Manuela, las cosas empezaban a ser diferentes. Cada vez que se decía que había llegado el momento de acabarlo, aparecía algo que le servía de disculpa para dejarlo para más tarde. Tal vez Aurora había intuido que aquello estaba llegando a su fin, porque no había discutido mucho cuando le comunicó que iba a pasar las vacaciones lejos.
— ¿Con quién vas? —la rabia casi no le dejaba hablar
— No te preocupes que volveré. ¿Es por eso que te has quedado embarazada sin decírmelo, o ha sido una sorpresa también para ti?
— ¡Vete a la mierda! haz lo que quieras, no me importa.  
    El día había sido perfecto, miraba a Manuela y volvía a sentir bullir su cuerpo; recostada en la tumbona, con la piel brillante, era la viva imagen de la juventud y la sensualidad. Pero él estaba triste y aquello le sorprendía, no era un hombre sentimental, cuando algo le dolía lo apartaba de su cabeza con facilidad. Esta vez estaba decidido que tenía que hacerlo, no importaba cuánto le costara y aunque estuviera arrepentido desde el primer momento. Había escogido aquel viaje porque sería para los dos un recuerdo inolvidable.

 
De la Red
   Una ligera brisa movía las cortinas, tan finas y suaves que parecían de papel. Las luces brillaban abajo, en los alrededores de la playa, marcando un camino iluminado entre la bruma nocturna. Estaban sentados en la terraza privada de su habitación ante una mesa primorosamente dispuesta para una cena íntima. Manuela llevaba un vestido negro ajustado al cuerpo y las sandalias de altísimo tacón, la melena rodeando su cara en la que resplandecía una sonrisa. Habían salido a dar un largo paseo por el bulevar, por última vez. Varias personas se volvieron a mirarla. Una íntima satisfacción le recorrió por dentro: es mía, se dijo orgulloso. Les sirvieron una cena especial de Navidad.  Esteban sacó una cajita del bolsillo y se la entregó a Manuela. Era una cadena muy fina de la que colgaba una aguamarina engarzada en un chapita ligera en la que había una inscripción: Llámame. La emoción de la mujer casi le dolió en la boca del estómago, le besó y le pidió que le pusiera el colgante, luego le preguntó qué quería decir con aquella palabra.
   — Si alguna vez me necesitas... para lo que sea, llámame. Siempre. No lo olvides -Le dijo mirándole a los ojos un poco avergonzado
    De pronto Manuela comprendió el significado de aquel viaje, de aquella Nochebuena única y especial. En los ojos de él se leía la súplica, los labios le temblaban, parecía asustado. A la mañana, despertó súbitamente segura de que algo iba mal. Aún tenía los ojos cerrados y ya sabía que Esteban no estaba. Sobre la mesa, con el desayuno, una nota le decía: Nunca te olvidaré, ya lo sabes. No me olvides tú a mí y dame alguna oportunidad en algún momento, porque dudo si podré vivir sin ti. Puedes quedarte hasta cuando quieras, está todo pagado. Los pasajes para volver están en tu bolso. 



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