De la Red |
Acodada en la barandilla del porche de la
villa en la que pasaban unos días de vacaciones, Manuela miraba el intenso azul
del mar que se mezclaba en el horizonte con el del cielo. A ambos lados de un
sendero de madera, se erguían sobre las tranquilas aguas del mar, varias
pequeñas villas que se reflejaban en el cristal líquido, como setas creciendo
juntas. Vestida con un pareo de colores, miraba y esperaba. Pasar la Navidad en
Bora Bora le había parecido una idea fascinante, ¡era todo tan diferente!
Mirando el paisaje sentía lo lejos que estaba de todo su mundo y se preguntaba cómo
había aceptado aquel viaje casi sin pensarlo.
La respuesta era Esteban, su jefe, su amante.
Llevaban dos años con aquella especie de relación que lo era todo y sin embargo
no era nada. Siempre se había prometido que jamás se enamoraría de compañeros
de trabajo y mucho menos del dueño del negocio. Pues allí estaban en el confín
del mundo, lejos de todo lo que conocía, esperándole. Hacía tres días que él le
había propuesto pasar la Navidad juntos en un lugar alejado y fantástico.
— ¿Qué dirá tu familia?
—Preguntó extrañada— ¿Qué vas a decirle a tu mujer cuando te pregunte a dónde
vas y por qué.
— Me has pedido muchas veces
que vayamos a alguna parte los dos solos, lejos de todo y de todos. Pues ya
está. Nos vamos a Bora Bora. No te preocupes de nada más. Compra cosas bonitas
para ponértelas para mí y prepara la maleta, de lo demás me encargo yo.
Le vio corriendo por la playa. Hacía
ejercicio todas las mañanas antes de desayunar. Sintió un temblor en el vientre.
Aquel hombre le gustaba mucho, desde el primer momento se había sentido atraída
por él. Seguramente eso fue algo que Esteban comprendió enseguida. Empezó a
seducirla poco a poco, como si no quisiera asustarla, como se atrae a un
animalito hacia la jaula. No pudo y no quiso resistirse. No era un hombre
guapo, rondaba los cincuenta, era seguro de sí mismo, acostumbrado a mandar,
pero educado y atento, resultaba atractivo por esas cosas y porque podía
mostrarse muy cariñoso y complaciente, sabía bien cómo tratar a una mujer. Como
amante, además, era apasionado y generoso. No quería enamorarse de él ni
crearse expectativas de futuro; aunque parecía muy enamorado, era consciente de
que aquello era algo transitorio que acabaría cuando él lo decidiera.
Este viaje había sido una sorpresa.
— Hay una razón —Le dijo al
oído, después de hacerle el amor— vamos a celebrar que han pasado dos años
desde que nos conocimos. Celebraremos juntos la Navidad, nada me apetece más
que estar contigo en estas fechas y de paso alejarme de mi familia por unos
días.
Entró en la habitación lleno de vitalidad y
sonriente, parecía un joven ilusionado y feliz.
— Ya está, querida, tenían razón en el
Hotel, el barco es muy agradable y parece seguro. Llevamos una tripulación
mínima y un mayordomo que se ocupará de lo que necesitemos. Y hay un gran
jacuzzi que podremos disfrutar cuanto queramos.
La miraba seductor con el ademán decidido
del que está acostumbrado a mandar. Le había propuesto pasar el día navegando
entre las islas para ver el maravilloso paisaje y además disfrutar de estar
solos. Irían desde Bora Bora hacia Raiatea, Taha’a y Huahine.
— Podremos hacer pesca submarina si lo
deseas.
A ella le apetecía más, mucho más, meterse
en el jacuzzi juntos y relajarse. La imaginación se le disparaba sin control,
solo de pensarlo. Sentada en la popa, bajo el toldo blanco y tirante, notó la
mirada de Esteban recorriendo su cuerpo despacio, como si fuera la primera vez
que la veía. No podía negarlo, aquel hombre la descolocada con solo mirarla.
Agarrado a la barra del timón, dejaba que las velas del yate se tensaran,
inclinándolo un poco a babor. Estaba muy sexi, él le sonrió divertido.
Contemplaron el fondo marino a través del grueso cristal, saborearon unas
cigalas muy bien preparadas, dormitaron bajo el toldo, porque estaban cansados
después del delicioso baño y la pasión. Recordó entonces que era veinticuatro de
diciembre, que esa noche sería Nochebuena en casi todo el mundo, que las
familias, incluida la suya, se reunirían al rededor de la mesa a cenar juntos,
recordar navidades pasadas, personas que ya no estarían nunca más. Rememorarían
los viejos guisos de la abuela, los postres de su madre, las risas cuando eran
niños y los juegos y disfraces, los turrones y los brindis. Sintió un pinchazo
en el lado izquierdo. ¡Qué tontería! a ella hacía mucho que no le gustaba la
Navidad. Era un engaño todo aquel teatro. Estaba deseando que todo pasara
pronto. Por eso le había parecido una buena idea el viaje, por eso y porque él
prefiriera pasar aquellos días con ella antes que quedarse con su familia.
Esteban estaba preocupado. Aquella mujer le
volvía loco, ninguna otra había sido tan buena pareja en la cama, era perfecta
para sus necesidades. Sensual y sincera, sin falsos prejuicios, sin artificios.
Sí, estaba loco por ella. El tiempo había pasado muy rápido y se sentía aún
como el primer día que la conoció, entrando en su despacho, con la sonrisa
abierta y la mirada limpia. Al principio fue solo deseo sexual. Sería una buena
cómplice en la cama, pero resultó ser también una buena compañía cuando
necesitaba alguien que estuviera siempre disponible para él. Habían sido dos
años perfectos. Pero tocaba ya tomar una determinación. Aurora, su mujer, para
su sorpresa, estaba embarazada y le había dado un ultimátum. El suyo era un
matrimonio de conveniencia, ella nunca le hacía preguntas. Así que siempre
había podido vivir su vida con cierta libertad. Esta vez, con Manuela, las
cosas empezaban a ser diferentes. Cada vez que se decía que había llegado el
momento de acabarlo, aparecía algo que le servía de disculpa para dejarlo para
más tarde. Tal vez Aurora había intuido que aquello estaba llegando a su fin,
porque no había discutido mucho cuando le comunicó que iba a pasar las
vacaciones lejos.
— ¿Con quién vas? —la rabia
casi no le dejaba hablar
— No te preocupes que
volveré. ¿Es por eso que te has quedado embarazada sin decírmelo, o ha sido una
sorpresa también para ti?
— ¡Vete a la mierda! haz lo
que quieras, no me importa.
El
día había sido perfecto, miraba a Manuela y volvía a sentir bullir su cuerpo;
recostada en la tumbona, con la piel brillante, era la viva imagen de la juventud
y la sensualidad. Pero él estaba triste y aquello le sorprendía, no era un
hombre sentimental, cuando algo le dolía lo apartaba de su cabeza con
facilidad. Esta vez estaba decidido que tenía que hacerlo, no importaba cuánto
le costara y aunque estuviera arrepentido desde el primer momento. Había
escogido aquel viaje porque sería para los dos un recuerdo inolvidable.
— Si alguna vez me necesitas... para lo que
sea, llámame. Siempre. No lo olvides -Le dijo mirándole a los ojos un poco
avergonzado
De
pronto Manuela comprendió el significado de aquel viaje, de aquella Nochebuena
única y especial. En los ojos de él se leía la súplica, los labios le temblaban,
parecía asustado. A la mañana, despertó súbitamente segura de que algo iba mal.
Aún tenía los ojos cerrados y ya sabía que Esteban no estaba. Sobre la mesa,
con el desayuno, una nota le decía: Nunca te olvidaré, ya lo sabes. No me
olvides tú a mí y dame alguna oportunidad en algún momento, porque dudo si
podré vivir sin ti. Puedes quedarte hasta cuando quieras, está todo pagado. Los
pasajes para volver están en tu bolso.
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