Allí,
no hace muchos años había un cuartel del ejército, no era un cuartelillo no,
era una enorme manzana de edificios tipo pabellón de tejados rojos, con enormes
patios por donde los soldados desfilaban una y otra vez hasta que conseguían
parecer un ejército. No nos gustaba tenerlos por vecinos, no era que los
soldados nos molestaran, muchos eran nuestros primos, hermanos, amigos y
algunos novios. Eran los que tenían la suerte de poder quedarse cerca de casa,
porque a la mayoría, los mandaban lo más lejos posible de su pueblo. Lo molesto
eran los toques de corneta, todos diferentes dependiendo de la hora del día y
también aquel ruido horrible de las botas pisando el suelo de cemento al desfilar, que recordaban a la entrada de
los alemanes en París, o recorriendo las callejuelas de Varsovia bajo la
lluvia, que nos mostraban en las películas. La época peor era aquella en que
preparaban el desfile del día de 'la victoria' Venían soldados de otras zonas y
hacía marchas a todas horas, todo tenía que salir bien.
Un
día corrió el rumor por la zona de que iban a tirar aquellos pabellones y se
llevarían a los soldados a otro lado. En realidad ya no había soldados de
reemplazo, así que ya no se llenaban los cuarteles de muchachos obligados a
interrumpir sus vidas y estudios para hacer la mili. Por una vez el rumor era
cierto y todo quedó desierto. Durante un tiempo todo estaba silencioso, más que
si fuera un cementerio, pero pronto vinieron los bomberos y después la policía
municipal. Aquel lugar era perfecto para la tarea de esos cuerpos, no hubo que
hacer mucho para adaptarlo. Ahora éramos los primeros en enterarnos de
cualquier accidente, incendio o si un gato estaba subido en un árbol y había
que bajarlo. Las sirenas sonaban a lo lejos y ya todo el mundo se apartaba
porque los bomberos no miraban por donde pisaban de la velocidad de sus
camiones. Éramos expertos, es un incendio decíamos si el que pasaba era el
camión grande con la gran escalera, Debe de ser un accidente de coche y habrá
alguien atrapado entre las chapas, si era el otro más pequeño. Incluso un par
de días al año venían al jardín del barrio y dejaban a los niños subir a su
grúa, o a la torre de entrenamiento en el mismo cuartelillo, y luego soltaban
espuma con las mangueras y los niños resbalaban por ella y se tiraban como si
fuera una piscina. Ahora dicen que esa espuma no es buena para los niños y se
acabó el juego. Que yo sepa, ningún niño sufrió nunca ningún percance.
Como
decía, hace unos años todo esto estaba ahí, ocupando toda la enorme manzana.
Los bomberos y los municipales también se fueron, los trasladaron a una zona
alejada y bien comunicada y todo volvió a quedar en silencio. Alguien pensó que
un centro cívico allí no estaría de más. Biblioteca, salas de estudio, curso de
informática, salones de gimnasia, clases de pintura, escritura... etc. Y las
asistentas sociales, que tenían toda una planta para ellas. Todo esto cabía en
uno solo de los pabellones, el más próximo a la calle y ni siquiera lo ocupaban
entero. Lo demás empezó a marchitarse, era como un cementerio de máquinas
viejas, si te fijabas parecían oírse los viejos toques de izada de bandera o de
retreta... También las botas arrastrándose. Los bomberos corriendo para subirse
a los camiones y las sirenas resonando enloquecidas.
Hoy
he ido por allí, como setas han crecido unos cuantos edificios, blancos,
nuevecitos, con cristales brillantes, jardines de césped de color verde vivo y
apasionado, bancos para descansar y jardines de columpios y juegos, para recreo
de los niños. He mirado a mi alrededor y he empezado a situar dónde quedaba no
hace mucho cada pabellón, cada loseta, cada ventana. Aquel lugar no se parece
en nada al de mis recuerdos, este está vacío de todo, incluso de vecinos, ya
que aún apenas vive nadie en él, es virgen, aún no conoce la vida, ni a la
gente, ni a los niños. Con el tiempo tendrá su propia historia y alguien la
recordará, pero no antes de que allí hayan sucedido muchas cosas.
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