viernes, 15 de mayo de 2015

De diosas y de hadas




 (Sobre El bosque)







   Haizea desenredaba su cabello y se contemplaba en las tranquilas aguas del embalse. Luego miró el cielo; ese día no iba a llover. Se alegraba porque los últimos tiempos había llovido mucho y apenas había salido de casa, lo que era muy aburrido. Por lo menos no tenía que preocuparse de que alguien la viera. Se desnudó y se metió en el agua. Estaba muy fría y un escalofrío recorrió su espalda. Se dejó llevar por el suave vaivén. Boca arriba y viendo las copas de los robles y los pájaros volando entre ellas, se olvidó de que debía protegerse de los extraños.
  
   En los hogares del Valle, se hablaba, siempre con sigilo, de cosas que sucedieron en otros tiempos en las noches oscuras, en el bosque. Cosas misteriosas. Algunos decían que se celebraban ceremonias sacrílegas en honor de la Diosa Mari. Nadie lo había visto en realidad, pero generación tras generación se relataban historias de mujeres quemadas y antiguas costumbres. 
  
   En el monte, Jagoba cuidaba sus ovejas en los pastos altos, desde donde podía contemplarse todo el valle, justo en el borde del bosque que descendía hasta el pueblo. Él no sabía nada de diosas, nunca había visto ninguna por aquellos montes. El suyo era un trabajo solitario, pero la soledad no le importaba.
    
   Era primer día de la semana y después del baño, Haizea hizo la guirnalda de flores silvestres y subió a la cueva de Mari, la dejó en la entrada y volvió corriendo a adentrarse en el bosque. Nunca había visto a la diosa, pero sabía que vivía allí, seguro que alguna vez se encontrarían. Antes de morir, su padre le dijo: Cuídate de la gente, sobre todo de los hombres y no olvides de donde provienes. Sube siempre a la cueva a visitar a Mari, tiene ya muchos años y debe de estar muy cansada. ¿Tú la conoces? le preguntó asombrada. Claro. Ella te ha escogido. Cuídate, hija, los simples mortales temen siempre lo que no comprenden, por eso, a veces, son imprevisibles y violentos. Tú estás llamada a mantener las viejas tradiciones cuando llegue tu hora. Haizea no lo entendía ¿Dónde estaba el peligro? Solo había visto a los hombres de lejos. No le parecían tan peligrosos como para temerles.

   Había mucha niebla aquella mañana, bajaba de la montaña y se extendía por el valle velozmente. Jagoba subía de vuelta a la borda y decidió atajar por el bosque. Ese fue el primer día que la vio. Estaba desnuda a la orilla del embalse, luego se metió al agua y ya no pudo dejar de mirarla. No la había visto nunca, era una muchacha preciosa, que se mecía mirando al cielo, dejando que sus senos asomaran desafiantes. Sintió vergüenza de estar espiándola, así que siguió su camino. Desde entonces pensaba en ella por el día y por la noche. ¿Quién sería? Preguntó a la gente del pueblo, pero, para su sorpresa, nadie la había visto. Bajó varios días al embalse, pero nunca estaba. Hasta que fue lunes. Desenredaba su pelo, se quitaba la ropa y se metía en el agua, luego recogía flores y desaparecía en el bosque.
    
  Volvió a preguntar, esta vez lejos, deseaba que alguien la conociera o la hubiera visto alguna vez. Pronto fue la comidilla entre los aldeanos. O el muchacho no sabía lo que decía, o habían vuelto de nuevo las brujas, como las llamaban algunos, o las hadas, que les decían otros, a pasearse por el bosque. Tal vez, como contaban los ancianos, Mari la Diosa estaba de nuevo en su cueva y era ella la joven del embalse.
    
  Viendo que nadie le creía y que, además, los muchachos de su edad se burlaban de él, Jagoba decidió no volver a decir nada. La bella joven sería su secreto, jamás hablaría de ella de nuevo. Pero los lunes, temprano, sacaba sus ovejas a los pastos y bajaba rápidamente al bosque porque ella estaría allí desnuda y podría contemplarla de lejos. La primera vez que intentó acercarse, la muchacha desapareció tan rápido que quedó sorprendido. Pero una mañana se dio cuenta que la observaba y jugaron a mirarse. Así fue como Haizea conoció a los hombres y Jagoba a una Diosa.





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