(Tema: Testamento)
Samuel West conoció a Florencio Bratt en el
parque, sentados uno frente al otro en dos bancos de madera, entre jardines,
árboles frondosos y gravilla en el paseo. Sam llevaba comida a los pájaros. Flo,
era nuevo en la zona. Había venido a vivir a casa de su hijo y pronto había
descubierto aquel lugar. Al principio Florencio miraba a Samuel y sus
parajitos, luego alguno dijo algo, quién sabe si sobre ellos, o sobre el calor
o el frío y así comenzó su amistad.
Samuel decía que nunca había necesitado a
nadie. Se había dedicado a trabajar. Era abogado. Su despacho había crecido,
con mucho esfuerzo al principio y después, gracias a su buen ojo para elegir a
sus socios y empleados. No se había casado, no tenía hijos, ni hermanos y sus
padres hacía mucho que habían muerto, dejándole una bonita suma de dinero y una
casa preciosa frente al lago. Era un solitario. Sus experiencias con las
mujeres no habían sido buenas. No las culpaba, él era lo que suele llamarse un
tipo raro.
Flo fue encargado en un gran almacén y
tenía tres hijos. Un día le comentó a su amigo que estaba pensando en poner en
orden sus cosas:
—Me estoy haciendo mayor y creo
que ha llegado el momento
—No somos tan mayores —le
respondió Sam— aunque, la verdad, la muerte se presenta, a menudo, sin avisar.
—Tú debes saberlo mejor que yo, seguro que habrás tenido más
de un pleito a causa de estos asuntos de las herencias.
—Desde luego, unos cuantos, pero no quiero pensar en ello. Yo
tendré que meditarlo mucho para hacerlo bien, no tengo herederos directos, como
ya sabes. Si necesitas ayuda...
En el mes de
junio, Samuel iba siempre a Murmuring Waters. Le gustaba la vida relajada del
lugar, los masajes, el agua golpeándole con fuerza la espalda. Coincidía allí
con algunas personas, en el comedor o en los paseos, que eran habituales como
él y con las que había entablado una especie de amistad. Florencio estaba en el
pueblo de su mujer, donde la familia de su hijo pasaba las vacaciones siempre.
Así que olvidó todo lo relativo al testamento de su amigo.
Después de su
estancia en el balneario, Samuel pasó unos días en su casa del lago, para
asegurarse que todo estaba bien allí y se dedicó a pescar. Le gustaba, pero devolvía
los peces que picaban al agua. Casi en otoño, decidió pasar unos días en
Florencia. No era la primera vez, volvía porque allí nunca se aburría, ni se
sentía solo. Disfrutaba sentado en la terraza de alguno de los ristorantes de
la Piazza della Signoria. Desde que se había jubilado, la soledad le rondaba y
se hacía presente cada vez más a menudo.
Ya en casa, volvió a la rutina. De vez en cuando acudía al despacho a echar una ojeada para saber que todo iba bien y retomó los paseos por el parque. Esperaba encontrar a Florencio
sentado en su banco, pero, al parecer aún no había regresado. Pasó el mes de
setiembre y el de octubre y Flo seguía fuera.
Amarilleaban los árboles y cubrían con sus hojas los paseos, cuando Samuel
se inquietó por su ausencia.
—Mi padre murió a mediados de
agosto —le informó el hijo de Florencio— estábamos en el pueblo y lo enterramos
allí, junto a mi madre. Debiera haberte llamado, pero fue todo tan inesperado
que no me acordé, creía que ya lo sabías. Lo siento.
Samuel volvió a casa con la cabeza baja y
el corazón encogido. Aquella noche no pudo dormir; pensó y se preguntó sin encontrar
respuesta a sus preguntas. ¿Quién, a lo largo de su vida, había sido merecedor
de su agradecimiento? Entonces fue
consciente de su soledad, él, que siempre había pensado que no necesitaba a
nadie, no encontraba en su memoria alguien que, ahora, pudiera necesitarle a
él.
Siete años después, John Martin, Director
de FAPD, Fundación para la Ayuda a Personas Discapacitadas, acudió a la
apertura de las últimas voluntades de Samuel West, al que no conocía de nada.
En la notaría se encontró con un grupo de personas pertenecientes a otras asociaciones
benéficas que, como la suya, habían resultado beneficiarías en su testamento.
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