Tintero Virtual XXIX . Oro
No siempre, pero bastante a menudo papá
me llevaba al colegio por las mañanas. Papá era muy guapo, todas mis amigas me
lo decían y además era alto y vestía siempre con unos trajes que le sentaban
muy bien. Yo iba agarrada de su mano orgullosa, saludando a los vecinos y las
mamás de mis compañeras de clase. Algunas se acercaban y se ponían a charlar con
papá. Pero él siempre iba deprisa para llegar a tiempo a su oficina.
Yo era una niña revoltosa, me decían
todos que no paraba quieta y que hablaba todo el tiempo. Era cierto, pero qué
podía hacer, me gustaba reír y jugar; después de todo solo tenía nueve años.
El día de mi Primera Comunión mi tía
Elsa me regalo una sortija de oro con una piedra roja cuadrada y tallada y unas
pequeñas muescas a los lados. Me encantó, estaba muy orgullosa de ella, pero
mamá solo me dejaba ponerla algunos días especiales, no fuera a perderse. Una mañana,
busqué la cajita donde se guardaba, en el cajón de la cómoda del dormitorio de
mis papás, me la probé, miré mi mano en el espejo e hice varios gestos para ver
los destellos que lanzaba la piedra. Iba a guardarla cuando papá me dijo que
teníamos que irnos y no me dio tiempo a dejarla en su sitio. Me la llevé puesta
al colegio.
Me pasé la mañana contemplando mi mano y
enseñándole mi tesoro a mi compañera. Luego se me ocurrió meter la mano bajo la
tapa del pupitre y dejar que la sortija rodara por el borde del cajón,
levantando y bajando la tapadera. Al poco tiempo mi compañera le dio un golpe a
la tapa y dijo: 'Para quieta'. Me quedé sin habla del dolor. La sortija se
partió y ambos extremos se clavaron en mi piel. No dije nada.
Tampoco lo dije en casa, no sabía cómo
explicar que había estado fisgando en las cosas de mis padres, que había
llevado la sortija al colegio y se me había partido. Traté de ocultar mis manos
para que nadie se diera cuenta de que llevaba puesto el anillo. Pronto vi que
no podía sacarlo de mi dedo porque este se hinchaba más y más debido al cuerpo
extraño que se había clavado en su carne.
Al tercer día papá me tomó de la mano
cuando íbamos al colegio, sentí un dolor tan agudo que se me escapó un grito
ahogado.
Y así fue cuando todos se enteraron de
mi travesura. Tuvieron que llevarme al hospital, sacaron la sortija de mi mano,
me curaron y recetaron algo contra la infección. Estuve varios días sin valerme
por mi misma para casi nada. Debí darles pena a mis padres porque no me
riñeron. Papá me habló de la confianza, dijo que valía mucho más que cualquier
joya de oro, que debía ser mutua, ellos querían confiar en que les informaría
de cualquier cosa que me pasara y querían confiar también en que comprendiera
que las cosas privadas, lo son y no se revuelve en ellas.
Ahora soy mayorcita, conservo la pequeña
cicatriz en mi dedo y guardo mi sortija de oro y piedra roja. Se la ofrecí a mi
hija, pero son otros tiempos y a ella no le gustan estas cosas.
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