(Reyes Magos - Netwriters)
¿Eran Reyes, eran Magos, eran tres o llegaron
más, eran hombres o también había en aquellos tiempos mujeres Magas que
desearon unirse al séquito para ver a dónde les llevaba aquella estrella? ¿Qué
hay de cierto en toda esta historia que nos contaron y seguimos contando a
nuestros niños aún hoy en el siglo XXI?
A Martita no le importaba nada de todo eso,
cada año se emocionaba viendo a los Reyes subidos en sus camellos, a los
corderos y pastores y a todos los demás niños que, con sus padres y abuelos
vivían llenos de emociones la noche del cinco de enero. Limpiaba los zapatos,
ponía agua para los camellos, copita de anís para los Reyes y se iba a la cama,
pero le era imposible dormir. Entre cabezada y cabezada le parecía escuchar
ruidos en el salón de la casa. ¿Serán ellos? ¡Oh! sí, lo eran. Por la mañana el
nacimiento estaba rodeado de paquetes. No siempre los regalos eran los que
había pedido en su carta, podían ser otros diferentes, dependiendo del año. A
ella le gustaban todos.
Fue en el colegio donde se enteró de que todo
aquello no era más que una gran mentira. Estaba tan decepcionada que no dijo
nada. No podía creer que alguien organizara tal farsa y se la vendiera a los
niños inocentes. Tiempo después sus padres le explicaron la razón de todo
aquello.
A su hijo Juanma no le faltaba de nada. No
tenía hermanos y vivía en una bonita casa. En su cuarto tenía de todo:
juguetes, máquinas electrónicas, patines, ordenador. Para Navidad venían
de Francia sus abuelos paternos, a pasar unos días. Ellos le llevaban a ver cosas; le gustaba
porque todo su tiempo se lo dedicaban a él. Su abuelo le hablaba en francés;
durante bastante tiempo no pudo entenderle, pero poco a poco fue aprendiendo.
Ellos le llevaron la primera vez al Museo de Ciencias, su abuela se lo
explicaba todo, era profesora en un Liceo y sabía de lo que hablaba. Tomaban
chocolate con porras en un bar y luego iban a todos los rincones de la ciudad.
Así aprendió a recorrerla y, cuando se hizo mayor, escribió historias que
siempre se ambientaban en ella. Para él aquello era lo mejor de la Navidad. Solo
tenía siete años cuando miró a su madre con cara seria y le dijo: Ya sé que los
Reyes sois los padres. No me digas que no. Lo sé. Marta no supo qué
contestarle.
En la casa de Tina no había día de Reyes,
solo día de Papa Noel en Nochebuena. Los regalos aparecían en la chimenea del
caserío. Vivía en un pueblo y allí no llegaba la cabalgata de Reyes, solo la
conocía porque alguna vez la veía en la televisión, en el café de la plaza. A
ella le encantaba, era emocionante. Juanma, su padre, era escritor y no le
gustaba la tele en casa; a cambio le contaba historias preciosas. Así aprendió
que había gentes y costumbres muy diferentes por el mundo. Un día, cuando ya
había crecido un poco, se dio cuenta de que el Papa Noel del Ayuntamiento se
parecía mucho a Jacinto, el hermano del alcalde y que aquella barba blanca
estaba a punto de desprenderse. Su padre le explicó entonces por qué hacían
aquello. Y le habló de la ilusión y de las costumbres y tradiciones.
Iker, el hijo de Tina le daba mordiscos al
lápiz y pensaba mirando al techo, como si allí fuera a encontrar inspiración.
No estaba seguro de si lo que quería eran los airgambois o el castillo de los
hombres azules. Ama le había dicho que una cosa u otra, porque Olentzero debía
regalar a muchos y los tiempos eran duros. Iker, con esa lógica aplastante de
los niños, le dijo que iba a mandar la carta a los Reyes Magos. Si lo son
podrían, además, conseguirle un pasaje a su aita para que volviera pronto.
Ellos debían tener mucho dinero.
La madre le miró con infinito amor; el niño no sabía
que su aita no podría volver en mucho tiempo.
En su cabeza hizo un recuento. Bueno, habría magia. Aunque tuviera que trabajar
más horas.
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