jueves, 4 de febrero de 2016

Espía de andar por casa



(Netwriters - Tema: espías-agentes secretos)










Altea daba vueltas por la cocina como un toro encerrado, a la vez que en su cabeza se revolvían las ideas más peregrinas. Tenía que encontrar la fórmula antes de que todo se desmoronara y sobre todo porque le habían encomendado a ella la misión y la había aceptado prometiendo cumplirla ampliamente.

Se sirvió un café y encendió un cigarrillo, tengo que dejar de fumar, se repitió una vez más y sentada a la mesa, volvió a repasar todos los lugares en que ya había mirado y los que le quedaban por mirar. Estos eran los más comprometidos, porque estaban vigilados casi a todas horas. Tendría que inventar algo para alejar a todo el mundo de ese último reducto y así poder buscar despacio y sin sobresaltos.
Se le presentó la ocasión el día en que falleció Marina, la hermana de su suegra. Habían sido de esas hermanas que se ven de Pascuas a Ramos y aún entonces acaban discutiendo sobre cosas que sucedieron muchos años atrás y que no pueden perdonarse. Pero aquello de morirse era diferente, así que Remedios, su suegra, decidió que, aunque solo fuera para que los vecinos no la criticaran, debía acudir al funeral. ¡Perfecto! pensó Altea y se puso a urdir su plan. Lo primero que hizo fue ir a acompañar a la madre de su marido en su casa, con la disculpa de que no estuviera sola en esos momentos tan dolorosos.

Una vez allí, fingió durante todo el día no encontrarse bien. Procuró no salir de la casa y pasó sin apenas comer, alegando que tenía malestar en el estómago y le dolía mucho la cabeza. Cuando llegó la hora del funeral dijo que no podía ir. Esperó un rato antes de ponerse a la labor. La habitación de su suegra olía a cerrado, los cortinones echados la dejaban medio a oscuras, pero prefirió no tocar nada más que lo absolutamente necesario. Primero abrió los cajones de la mesilla, luego los de la cómoda, llenos de bragas y sujetadores enormes. En uno de ellos, bien escondido encontró uno de aquellos aparatos. Se le escapó una carcajada ¡quién iba a imaginarlo! luego sintió un puntazo de remordimiento por hurgar así en la intimidad de aquella mujer.

Empezaba a desanimarse, allí no había nada que no fuera lo usual en la habitación de una mujer madura y además aquella penumbra y el olor a matapolillas comenzaban a marearla. Movió los cuadros, sacudió los cojines sobre la cama y levantó los faldones del viejo muñeco de trapo que reposaba sobre la butaca. Siempre había estado allí, formaba parte del lugar, por eso no había reparado en él, pero era el escondite perfecto y allí se hallaba lo que estaba buscando. Sacó el móvil, hizo unas cuantas fotografías, luego hizo una bola con miga de pan, sacó un molde de la llave y lo dejó todo como lo había encontrado.

— Roberto, ya está hecho —hablaba en voz baja agarrando el teléfono con fuerza— lo tengo. Tal como pensábamos tiene una caja fuerte en un banco, te pasaré los datos en cuanto pueda y podremos comprobar si es ahí donde guarda la fórmula. Sí, estaba en el muñeco de trapo, cuando vuelvas te lo cuento, diré que ya estoy mejor. Espero que todo esto se aclare sin que tu madre se entere, no hace falta darle un disgusto, que ya es muy mayor. Pero ahora tu hermano no podrá hacerse el dueño y vender la fórmula y el negocio, como dice. Las galletas y pastas de la familia Buendía siempre han sido eso, de la familia. El día que ella falte seguirán siéndolo.



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