martes, 23 de febrero de 2016

Regreso a Viejo Sicómoro



(Netwriters Tema: Reencuentro)


Del blog 'Navegando a Bizancio'





En el coche ya no cabían más cosas, así que el resto las eche como pude en el asiento trasero, me despedí de Peter, el dueño del almacén y enfilé la estrecha carretera que me llevaría a Viejo Sicómoro, la casa de mis padres.

Como había hecho toda mi vida, frené en la colina y miré al mar. Aún no había anochecido, pero ya se veía el sol intentando esconderse en el horizonte; dentro de poco y repentinamente desaparecería dejándolo todo en penumbra y comenzarían los sonidos de la noche.

No me preocupaba la oscuridad, conocía de sobra el camino y no iba a perderme. Parado allí quise recordar.

Subía a aquel lugar cuando estaba enfadado o alguna chica del pueblo me dejaba que la llevara, cosa que no sucedía a menudo. Hice cientos de fotografías del paisaje.

Cuando me enamoré de Sonsoles y algún tiempo antes de separarnos, la llevaba a contemplar la puesta del sol y a besarnos, primero temerosos y luego con auténtica pasión. Soñaba con ella a todas horas, era la musa de mis sueños más húmedos. Pensaba que, si ella supiera las cosas que se me ocurrían, saldría espantada huyendo de mí.

Arranqué de nuevo y me desvíe en el cruce. Vi la casa en contraste con la última claridad del cielo. Parecía desmadejada, débil, a punto de caerse. ¿Cuántos años hacía que murieron mis padres y cuántos que no había vuelto?

Abrí todas las ventanas, hice una de las camas con las sábanas que aún se guardaban en el armario de la ropa blanca, saqué mantas y de la maleta lo necesario para dormir. Bebí un vaso de leche y me metí en la cama. Estaba cansado. El viaje había sido largo: Comenzó hace cinco años, el día que Sonsoles desapareció de mi vida. Sus padres la mandaron a la ciudad para alejarla de mí y de aquel lugar sin expectativas, no les culpo ¿Qué podía ofrecerle yo? A la semana siguiente dije adiós a mis padres y emprendí un viaje sin rumbo fijo. Tenía mucho miedo; en realidad no sabía qué iba a hacer y a dónde dirigirme. Llegué a Amarillo por la noche y pasé allí una buena temporada. Era una ciudad horrible, sucia y llena de gente sin trabajo. Tuve suerte y encontré uno que me dio para vivir. Fue allí donde hice mis primeras fotografías en serio: edificios ruinosos, hombres envejecidos antes de tiempo, mujeres ajadas haciendo la calle. Eran imágenes de aficionado, pero a mí me sirvieron para saber que quería hacer de ello mi profesión.

Cuando pude comprarme una buena cámara, aquel lugar se me quedó pequeño. Empecé a viajar, recorrí medio mundo, cuando necesitaba dinero paraba en algún lugar lo suficiente para ganarlo y cuando consideré que estaba preparado empecé a enseñar mis fotografías por aquí y allá hasta que tuve éxito.

Todo el mundo en el ambiente me conocía, me adulaban y rodeaban, acudían a mis exposiciones. Manuela también. Era hermosísima y sofisticada. Me enamoré y nos casamos. Yo creía amarla, ella quería mi éxito y aquella vida rodeada de gente importante. Un día la pillé en el despacho de la galería donde exponía, follándose a uno de mis mejores clientes. Nos divorciamos. Aún ahora me corroe la duda sobre si él compraba mis obras porque le gustaban realmente, o lo hacía para estar cerca de ella.

Necesitaba descansar, alejarme, pensar en otras cosas. Recordaba a mis padres sentados frente a la chimenea en invierno, mientras yo hacía los deberes, o a mi abuela haciendo mermeladas, cuando venía a vernos. Mi familia era lo único auténticamente real. Y volví.

Esta tarde he vuelto hasta el promontorio. Sentado allí, mirando el mar, planeaba nuevas imágenes que podría fotografiar para mi próxima exposición y no la oí acercarse hasta que puso su mano en mi nuca, como solía hacer. Nos miramos y no dijimos nada. Se sentó a mi lado y apoyó su cabeza en mi hombro. Rodeé los suyos con mi brazo y le dije al oído Hola Sonsoles. Intenté decirle algo más y ella me dijo: chissss.

Permanecimos en silencio mientras el sol desaparecía, un día más, por el horizonte.





1 comentario:

David Rubio dijo...

Todos necesitamos de una "fortaleza de la soledad", un lugar mágico en el que recargarnos, resituar nuestra vida, encontrarnos. Un preciosa narración, Rosa