Netwriters Tema: erótico
Hace mucho calor. Mi piel está húmeda y mi
cuerpo desnudo languidece adormecido bajo la ventana abierta. La piel buscando
otra piel, excitado por el deseo ¿y cuándo no? Pero no me muevo, me da pereza
masturbarme: acabaré sudando. No puedo dormir, la familiar melancolía de las noches
solitarias me desvela. El roce de las sábanas acaloradas es un tormento, así
que decido asomarme al balcón y dejar que la brisa se pasee por mi pecho y se
deslice por mi cintura haciendo giros entre mis piernas, ese ligero placer me
produce un escalofrío; me gustaría sentir la sensación húmeda y tibia de una lengua
aquí y allá, moviéndose lenta; el familiar hormigueo baja como un relámpago
hasta mi sexo.
El edificio frente a mi casa es la Iglesia de
San Benito y el Convento de las monjas del mismo nombre; tiene el aspecto de un
mausoleo gigantesco y siniestro, un lugar misterioso que me sugiere deliciosas
historias. Qué sucederá allí dentro, los relatos de monjas pecadoras suelen ser
muy estimulantes. En ese momento una de las ventanas se ilumina apenas y una
mujer sale al balcón y mira a la calle, semioscura y solitaria. Lleva puesto un
blusón blanco, deshace el recogido de su pelo y lo mantiene en alto para que la
brisa acaricie su nuca. Luego lo deja caer y el cabello se desliza por sus
hombros. Tiene calor porque agita la camisa para crear una corriente de aire,
descubriendo sus muslos lechosos y brillantes. Resulta muy estimulante. Aunque
no debiera, estoy allí, oculto en la oscuridad espiándola con avidez. Cree que
nadie la ve y disfruta de sí misma, de su cabello recogiéndolo y soltándolo,
desliza las manos por su cuello e introduce una en su escote, luego acaricia
sus senos delicadamente. Mi imaginación
se acelera y ya no puedo parar, fantaseo con sus pezones endurecidos con la caricia,
luego recorre sus muslos y sus dedos se pierden bajo la ropa y juega con su
sexo, puedo olerlo, casi escucho sus suspiros. Estoy muy excitado.
La pálida estatua de mármol desaparece de mi
vista un instante. Entonces, pienso en la monja que lucha contra el deseo
carnal, en la excitación del sacerdote al que confesará su pecado, en las
preguntas y respuestas susurradas apenas. Cuando vuelvo a verla está desnuda y deja que
el aire la acaricie. También tiene calor y disfruta de la brisa nocturna. Es
hermosa, su cuerpo delicado, el vientre plano, el pecho perfecto y el bello de
su sexo, negro sobre su piel blanca. Cuando se gira y veo sus nalgas y la esbeltez
de su espalda, mi anhelo se descontrola, mi mano cobra vida propia. Escondido a
la curiosidad de otros, o tal vez observado por alguien que como yo se oculta,
me dejo llevar por el deseo sin poderme controlar. Ella ni siquiera sospecha
que sea la causa de mi deleite y a la vez de mi pecado.
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