domingo, 5 de junio de 2016

Una noche para pecar


Netwriters Tema: erótico










Hace mucho calor. Mi piel está húmeda y mi cuerpo desnudo languidece adormecido bajo la ventana abierta. La piel buscando otra piel, excitado por el deseo ¿y cuándo no? Pero no me muevo, me da pereza masturbarme: acabaré sudando. No puedo dormir, la familiar melancolía de las noches solitarias me desvela. El roce de las sábanas acaloradas es un tormento, así que decido asomarme al balcón y dejar que la brisa se pasee por mi pecho y se deslice por mi cintura haciendo giros entre mis piernas, ese ligero placer me produce un escalofrío; me gustaría sentir la sensación húmeda y tibia de una lengua aquí y allá, moviéndose lenta; el familiar hormigueo baja como un relámpago hasta mi sexo.

El edificio frente a mi casa es la Iglesia de San Benito y el Convento de las monjas del mismo nombre; tiene el aspecto de un mausoleo gigantesco y siniestro, un lugar misterioso que me sugiere deliciosas historias. Qué sucederá allí dentro, los relatos de monjas pecadoras suelen ser muy estimulantes. En ese momento una de las ventanas se ilumina apenas y una mujer sale al balcón y mira a la calle, semioscura y solitaria. Lleva puesto un blusón blanco, deshace el recogido de su pelo y lo mantiene en alto para que la brisa acaricie su nuca. Luego lo deja caer y el cabello se desliza por sus hombros. Tiene calor porque agita la camisa para crear una corriente de aire, descubriendo sus muslos lechosos y brillantes. Resulta muy estimulante. Aunque no debiera, estoy allí, oculto en la oscuridad espiándola con avidez. Cree que nadie la ve y disfruta de sí misma, de su cabello recogiéndolo y soltándolo, desliza las manos por su cuello e introduce una en su escote, luego acaricia sus senos delicadamente.  Mi imaginación se acelera y ya no puedo parar, fantaseo con sus pezones endurecidos con la caricia, luego recorre sus muslos y sus dedos se pierden bajo la ropa y juega con su sexo, puedo olerlo, casi escucho sus suspiros. Estoy muy excitado.


La pálida estatua de mármol desaparece de mi vista un instante. Entonces, pienso en la monja que lucha contra el deseo carnal, en la excitación del sacerdote al que confesará su pecado, en las preguntas y respuestas susurradas apenas.  Cuando vuelvo a verla está desnuda y deja que el aire la acaricie. También tiene calor y disfruta de la brisa nocturna. Es hermosa, su cuerpo delicado, el vientre plano, el pecho perfecto y el bello de su sexo, negro sobre su piel blanca. Cuando se gira y veo sus nalgas y la esbeltez de su espalda, mi anhelo se descontrola, mi mano cobra vida propia. Escondido a la curiosidad de otros, o tal vez observado por alguien que como yo se oculta, me dejo llevar por el deseo sin poderme controlar. Ella ni siquiera sospecha que sea la causa de mi deleite y a la vez de mi pecado. 



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