lunes, 30 de mayo de 2016

¿A dónde vas?



Netwriters Tema : La crisis de los cuarenta












Varios de mis amigos estaban pasando la crisis de los cuarenta o acababan de dejarla atrás. Escuchaba atenta cuáles eran los síntomas por si era mi caso y no me daba cuenta.  Según aquello yo debí comenzar esa crisis a los treinta y seis, justamente cuando nacieron los gemelos, solo que no tuve tiempo de pararme en análisis.

Hablar de esto no es fácil, hay que ser sincero con uno mismo y hacerlo con sentido del humor para no caer en tristezas que no ayudan en nada. Juanjo me lleva siete años, tendría unos cuarenta, o cuarenta y dos cuando entró en su crisis, dejó a un lado los trajes y se compró un verdadero equipo de ropa de sport, chaquetas de colores fuertes, camisas sin corbata y zapatos Lotousse de piel suave y color natural. Se dejó una barbita bohemia y el pelo algo más largo. Estaba muy guapo y a mí me gustaba mucho. Todos los amigos del grupo habían hecho algo similar. Fue por entonces que me quedé embarazada de nuevo y como ya he dicho, nacieron los gemelos. 

No sé cómo sobreviví a aquella etapa. Dejé de ser yo, por lo menos en la apariencia. Me convertí en una máquina expendedora de leche y adaptada a hacer tres o cuatro cosas a la vez. Cuando volví al despacho mi mesa estaba llena de legajos. La crisis apretaba y todo el mundo tenía problemas, así que andaban litigando unos contra otros sin parar. Juanjo, en esa época, jugaba al pádel un día a la semana y comenzó a viajar porque las obras ya no salían cerca de casa y había que ir donde surgieran. Iba y venía como una loca, quería estar en todas partes y hacerlo todo bien. Ni siquiera echaba en falta un poco de tiempo para mí misma. De vez en cuando me miraba al espejo y conseguía verme. Aquella mujer de ojos cansados e hinchados y de ojeras moradas de dormir poco, era yo. También era yo la que saltaba por cualquier cosa, la que no encontraba nada que estuviera a su gusto, la que exigía a los demás, incluidos los niños, más de lo que era justo.

Hasta que exploté, me quedé sentada en la cama una mañana sin escuchar el despertador, sin preocuparme de si los niños se vestían o no para ir al colegio, mirando con indiferencia el lado de la cama en el que debía haber dormido Juanjo, que estaba en Barcelona y volvía a la noche. Tenía cuarenta y cuatro años. Me preparé un café cuando los niños se fueron, me senté en un rincón y me quedé allí como un autómata. No podía seguir así, debía parar, tomar aire y respirar. Propuse a mi socio contratar a un recién licenciado y delegué en él parte de mi trabajo. No fue suficiente, necesitaba tiempo y espacio para pensar.

Hablé con Juanjo de los años que llevaba encerrada en aquel circuito de casa, oficina, niños, compras, colegios, juegos, catarros... Me sentía agraviada, él podía viajar, iba a trabajar, lo sé, pero cambiaba de lugar, dormía en un buen hotel, comía con clientes o solo, en buenos restaurantes; confiaba en él, pero me sentía tan lejos de mí misma que había llegado a pensar que si se fijaba en otras era natural, pues yo no era la que él había conocido. En el fondo esperaba que dijera: no pasa nada querida. Pero no fue así. El también se daba cuenta de lo que me estaba pasando. Me animó a que fuera a algún lugar tranquilo y pasara allí unos días, para que me encontrara a mí misma. 

Me dediqué a pasear entre árboles frondosos por caminos solitarios, el hotelito era acogedor y estaba en un lugar tranquilo, me sentaba al sol, débil aún y pensaba. En realidad yo sabía lo que quería y no era cambiar mi vestuario, el color de mi pelo o conseguir un milagro que devolviera la tersura a mi piel, solo necesitaba un poco de tiempo para ordenar mis ideas. También pensé que tenía suerte de poder estar allí, muchas otras no podían hacerlo.

Como todas las noches Juanjo me llamó y le dije que ya estaba lista e iba a volver. Le conté lo que había hecho aquel día y sobre todo lo que había decidido. 

—Quédate un poco más y descansa —me dijo—nosotros estamos bien, no te preocupes.

Mi famosa crisis de los cuarenta acabó cuando mi marido apareció de improviso en el pequeño hotel y se quedó a pasar conmigo el fin de semana. 







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