Pensé: escribe algo serio. Anota, toma
fotografías que te inspiren, vete al cine, lee y haz un esquema, luego en la
biblioteca busca datos y nombres y fechas y escribe algo serio. Lo estuve
pensando varios días, me compré un cuadernito pequeño que no pesara en mi bolso
y abrí una carpeta para guardar todo lo que iba encontrando y a esta carpeta la
llame LIBRO.
Estaba ahí en mi escritorio con ese color
desvaído, la boca medio abierta, sin decir nada. Yo le daba de comer de todo,
pero ella no me decía una sola palabra. Al cabo de un mes había dentro muchos
datos, ideas, frases hechas, fotografías de cielos azules, mares encrespados,
pájaros volando y alguna que otra mujer pensativa y algo exuberante. Pero entre
todo no había una historia y pensé: estás perdiendo el tiempo y además ¿qué
placer sacas de esto?
Me paso la vida pensando, en realidad ya era
hora. Porque ya no pienso en cosas que llaman serias, tampoco en cosas
prácticas, ahora pienso en lo que quiero y cuando me asaltan pensamientos que
no deseo, los dejo volar, que se vayan, que sean libres. Así que, como decía,
pensé: escribe lo que quieras, dentro tienes palabras que son sencillas ¿quién
te pide que escribas nada importante?
Estaba el mar como el plomo, plácido a pesar
del tono; ni siquiera había olas en este mar muchas veces tan brusco, tan
sereno, según. Mirándolo fijamente era como un mar muerto. Hasta los cormoranes
lo miraban impertérritos, como hipnotizados, sin moverse, aposentados en su
roca, vigilando. Me senté en el banco de siempre y sin más pensé de nuevo y
miré y las palabras se independizaron de mí y comenzaron a bailar unas con
otras y yo volví a pensar: no he traído mi libreta, tampoco el bolígrafo y
ahora se me olvidara lo que siento y no podré contármelo.
Y qué importa, se quedarán conmigo y algún
día querrán salir a volar y serán dueñas de sí mismas para hacerlo.
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