lunes, 27 de febrero de 2017

La piel de Elena













La piel de Elena es sonrosada y suave, los poros pequeños le dan el brillo justo. Al trasluz los pelillos rubios se transparentan erizados cuando paseo mi mano por su cuerpo. Elena es un regalo imprevisto cuando más lo necesitaba, un milagro que jamás hubiera creído que fuera posible.
Extiendo la mantequilla y la mermelada en la tostada y se la acerco a la boca. Se ríe de esa manera ronca de cuando parece un gato que ronronea. La sangre recorre mi cuerpo, ligera. Siento una deliciosa sensación de relax, todos mis músculos y nervios se agitan y vuelven a su estado natural.
— No me mimes tanto —me dice con una gran carga de picardía en sus ojos— tendré que echarte en falta demasiado, luego.
Solo pensar que hemos de separarnos me empuja a lanzarme sobre ella y volver a elevarla al limbo de los justos y pedirle correspondencia. Pero no lo hago.



No sabía a dónde quería ir, pero debía ser lejos. Lo suficiente como para olvidarme de todo. Era verano y las vacaciones me sabían amargas. Cerré la puerta de mi despacho, primero miré la mesa y le dije adiós. Estaba loca, solo era un mueble, pero sentía que, cuando volviera, ya no sería mi mesa y que tendría que apuntarme en las listas del Inem. Pero ese no era mi mayor problema. Tenía que tomar una decisión y responder a Luis si quería o no irme a vivir con él y… con su hijo de dieciséis años. No estaba segura, todas aquellas dudas me confundían y él no quería o no podía entenderlo.
Dejé que el coche decidiera el camino. Tenía la cabeza puesta en la carretera y en compadecerme a mí misma. Así que él eligió por mí seguir la rutina de tantos viajes al Pirineo y me llevó hacia allí.
Aquella muchacha estaba sentada sobre su mochila a la salida de Iruña y sonriente me hacía señas para que parase. Reduje un poco la marcha y la mire al pasar, parecía un animalito abandonado. Y paré. Soy de las que jamás coge a ningún autostopista, no sé que vi en aquella chica, pero no lo dudé ni un momento y la invité a subir al coche. Tampoco ella sabía a dónde iba, le daba igual con tal de alejarse de la ciudad y de alguien que le había hecho daño. Debió ser mucho, porque las lágrimas, rebeldes brotaban de sus ojos al contarlo.
Enseguida sentí simpatía por ella, sin pensarlo coloqué mi mano sobre su rodilla. Me miró como lo hace un perrillo abandonado. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Estaba loca de piedad por su pena y desde luego, no sabía lo que hacía.

Cuando iba al Pirineo solía alquilar una cabaña, casi siempre la misma. Le invité a venir conmigo cuando me confesó que no sabía a dónde ir y que no tenía dinero. Qué haces, pensé, no la conoces de nada. Tal vez su dolor me haría olvidar mis propias preocupaciones y además era una de esas personas en las que confías enseguida. No quería estar sola, me vendría bien tener alguien de quien preocuparme y no pensar.
En dos o tres días ya éramos amigas, era como si nos conociéramos de siempre.
— Ya me ha pasado otras veces —hipaba mirándome con sus ojos dulces y sumisos— Pero esta vez creí que era diferente. No se trataba de sexo solamente, yo estaba enamorada como una tonta. Se ha ido de vacaciones con otra. Una compañera del Colegio donde trabaja. Cuando vuelva no quiero que estés aquí me dijo al irse. Estaba dispuesta a perdonarle pero ella solo quería marcharse y olvidarse de mí.
Veíamos ponerse el sol cuando entremezcló sus dedos con mi pelo y me dijo que iba a peinarme, todo mi ser se centró en lo que me hacía sentir. Las palmas de sus manos se movían lentamente por mi nuca, subían por mis orejas y bajaban por mi garganta. Estaba petrificada, abducida por aquella sensación de bienestar. Sus dedos eran fuertes, separaban mi cabello en guedejas y las trenzaba para volver a deshacerlas. Sentí que pasaba sus labios y su lengua por mi piel y que apartaba mi ropa para avanzar un poco más y otro poco más… no protesté.

Dos días después me llamaron de la oficina para confirmarme que no me renovaban el contrato. Ya lo esperaba pero lloré de rabia, de impotencia y porque necesitaba compadecerme de mí misma.
Esa noche vino a mi cama, me besó hasta secar mis lágrimas, sus labios son dulces y su aliento fresco Le dejé hacer porque no podía resistirme y necesitaba que alguien me cuidara. Me asusté mucho, mi cabeza no iba bien porque mi piel me traicionaba. Le entregué mi cuerpo consternada por lo que sentía junto al suyo. La excitación hizo que me olvidara de todo lo que no fuera aquel gozo desconocido.
Vivimos alejadas del mundo casi todo el verano. Paseábamos, recorríamos los montes, nos bañábamos en las heladas aguas de algún río y nos tumbábamos desnudas al sol en lugares solitarios. Éramos granjeras vestidas de algodón, preparábamos comidas sencillas que tomábamos en el porche mirando el horizonte.

Me llamaron para una entrevista de trabajo. Fui y volví en la mañana temiendo que se hubiera ido. Cuando la vi, mi corazón dio un vuelco y todos mis nervios se disiparon. Había preparado una tortilla de patata y melón helado. En la mesa un jarroncito con flores.
— Te has pasado la mañana trabajando —le dije como si la riñera
— Me he pasado la mañana pensando en ti —me dijo dándome un beso
— No. Ahora no —la alejé suavemente— quiero darme una ducha y comemos, después.

Volvieron a llamarme. Esta vez para decirme que a mediados de setiembre comenzaba a trabajar en un lugar donde me pagaban la mitad para un puesto de la misma responsabilidad que el de antes. Elena parecía realmente emocionada con mi suerte. Ella no quería trabajar aún, hacía poco que había terminado sus estudios y quería vivir la vida durante un tiempo. La invité a venirse conmigo a Iruña porque pronto tendríamos que dejar aquella cabaña. Se mostró encantada. Yo no pensaba con lucidez, no me hacía preguntas, no deseaba volver a la tierra para recordarme que hacía mucho tiempo había elegido en qué lado quería estar, tampoco deseaba alejarme de ella.

Ahora me mira a través de las pestañas con los ojos entornados. Vuelvo a untarle otra tostada con tanto amor como el que siento en mi interior. Ella sabe que mi orgullo no me deja llorar, no quiero que me vea, tampoco quiero darle pena. Al final la vida nos ha marcado el camino, ha sido tan sencillo que no puedo creerlo. Nos separamos. No viene conmigo a Iruña, tal como habíamos planeado. Su ex la llamó ayer para pedirle que vuelva, que la compañera de trabajo había sido buena compañía para el verano, pero que lo habían dejado porque, de saberse en el Colegio donde daban clases que estaban liadas podría costarles el puesto.
— Te utiliza —le digo
Pero ¿quién soy yo para decirle lo que tiene o no tiene que hacer? Solo sé que siento una amargura tan grande, que mi cuerpo y mi alma me duelen por todos lados.
— Si las cosas no van bien con ella —me dice, creo que para consolarme— te buscaré.
— No. No me busques. No vuelvas, olvídate de mí.

La piel de Elena es suave como la seda y su lengua húmeda y sabia, tiene el don de la dulzura y la picardía de la inocencia. Elena es un ser humano y no puede ser diferente a como es. Yo la quiero y cada noche recuerdo su cuerpo cálido junto al mío y me muero de ansiedad.




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