domingo, 5 de marzo de 2017

La vida no es un camino de rosas












Nadie sabe dónde se encuentra Roqueblanco, yo no lo sabía hasta el día que llegué allí. Roqueblanco es un pueblo con nueve casas sobre una colina, rodeadas de pastos y de bosques. En invierno se esconde bajo la nieve, el resto del año se tuesta al sol los días buenos y rezuma humedad cuando llueve. Rara vez estamos los veintitrés vecinos, como no sea en agosto cuando algunos vienen a echar una ojeada a sus casas y a pasar unos días de descanso.

Me llamo Eduardo Maspons, tengo veintiséis años y soy el más joven del pueblo. Vivía en Barcelona en un estudio pequeño, soy Técnico de Sonido y trabajaba en la televisión autonómica, tenía algunas amigas con derecho a roce y creía que era feliz; no me daba cuenta de que dormía poco, trabajaba mucho, bebía bastante, fumaba porros y a veces tomaba otras cosas más fuertes para poder con mi vida. La noche que murió Alma habíamos bebido mucho y reíamos hartos de marihuana. Por eso no nos dimos cuenta de que nos metíamos en el carril contrario y que venía un autobús de frente. Conducía yo. Di un volantazo y dejé su lado para que parara el golpe. Dijeron que fue el instinto pero lo hice y ella murió.

Dos años y medio en la cárcel hacen la vida larga, sobre todo si llevas en tu conciencia el peso de un cadáver y si este es el de tu mejor amiga. Estaba mal y no dejé mis vicios sino que allí los incrementé para olvidar y no odiarme más a mí mismo. Cuando salí, no había un lugar para mí, seguí con mi adicción y cuando llegué al fondo me llevaron a un centro de desintoxicación.

Había sufrido y seguía pasándolo mal, pero ya había aprendido la lección. Al salir tuve suerte y pude volver a mi trabajo pero en otra cadena. Necesitaba tener una vida normal, así que intenté ligar un par de veces, pero la sombra de Alma volaba sobre mí y se me aparecía si cerraba los ojos. Me había vuelto taciturno y aburría a las mujeres. Así que dejé de intentarlo y me dediqué a salir al campo. Caminaba hasta quedar sin aliento, sin meta, andar por andar. Luego me sentaba en cualquier lado y me dedicaba a pensar contemplando la Naturaleza. Quería morir, estuve a punto de conseguirlo pero me volví atrás en el último momento. Estaba perdido y no conseguía hallar una razón para vivir, qué sentido tenía mi vida, a quién le importaba. Un sábado preparé mi mochila. Llegué a un pueblo del que no sabía ni el nombre, dejé el coche bien aparcado y comencé a caminar, seguí la carretera, luego me interné por un camino estrecho que atravesaba un bosque, al final había campos cultivados cuyas lindes se perdían de vista. Así fue como vi Roqueblanco la primera vez.

Pasé el fin de semana en el pueblo, hacía tiempo que no dormía tan bien. Repetí la experiencia durante todo el otoño y el invierno y después de darle muchas vueltas en la cabeza, tomé una decisión que me pareció fundamental si quería que mi vida cambiara.

 El pueblo estaba semi abandonado, así que el Gobierno autonómico había restaurado algunas casas para ofrecerlas en alquiler a los valientes que se animaran a repoblarlo. Me preocupaba saber de qué viviría, también si me adaptaría a aquella vida apartada de todo. No fue fácil, es cierto, pero ahora hago fotografías y vídeos del pueblo y alrededores y de la flora y fauna de toda la zona. Me las compran y me pagan bien. Y escribo crónicas, soy como un enlace con la capital y aquí no necesito mucho para vivir. Cuando bajo al pueblo traigo todo lo que me encargan los vecinos, los bajo a misa los domingos y a las tardes jugamos al dominó. Me baño en el río aunque el agua está fría, me regalan productos de la huerta. De vez en cuando me acerco al pueblo más cercano y trato de entablar amistad con alguna chica del entorno, si tengo suerte y ligo, bien. ¿Quién sabe? alguna a lo mejor se anima a hacerme compañía aquí arriba.

¿Echo en falta Barcelona? Creo que no, pocos saben dónde estoy, me dicen que hay quien pregunta por mí, pero vivo ahora en otro mundo y no quiero mezclarlos.


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